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Avelino Oreiro

El refinado fascismo de hogaño

27 de junio 2025 - 03:07

Al prestar juramento, García sentía en la palma de su mano derecha las sincopadas palpitaciones que transmitía su corazón aun a través del endocardio, el miocardio, el epicardio, la hipodermis, la dermis, la epidermis, la tela blanca de poliéster y el escudo bordado del Real Madrid. Juró por la eterna memoria de Luka Modric no haber plagiado el trabajo de argumentación que iba a exponer ante la clase ni haber encomendado dicha tarea a los diablillos del ChatGPT. Tras un silencio de expectación, García interpretó el contacto visual del profesor como concesión de la venia para incoar su disertación. Pero antes de meterse en faena tomó un buchito de agua y aclaró el garguero, se conoce que para conjurar improvistos gallos pubescentes: «El finado de mi abuelo Graciano solía decirme que, desde que el mundo es mundo, el fascismo ha sido una tentación para todo gobernante, ya ostente título de rey, césar, caudillo, gerifalte o librecambista, así que empieza a descubrir que su acción construye la verdad y que su palabra, como quien dice, va a misa. El viejo llamaba fascismo a una suerte de arrogancia o endiosamiento que infesta la percepción del poderoso hasta el punto de deshumanizar a sus subordinados de cuyas vidas, bienes y haciendas dispone a su antojo. No se piense que es agua pasada. El fascismo no nace ni muere, solo se transforma. Según mi abuelo, más o menos hacia la década en que nació el tonto de su hijo, o sea, mi padre, el poder quiso dar un paso más allá que el de conformarse con subyugar los cuerpos por medio de la coerción y la violencia física. No podía sufrir durante más tiempo que, fuera de las fábricas o de los cuarteles, las gentes disfrutasen de un alma ancestral que remanece en cada generación, acopiaran en sus tradiciones una sabiduría inveterada y común, y fuesen receptores al tiempo que artífices y transmisores de un tesoro poético gracias al cual podían construir sus propias representaciones imaginativas de la vida y del mundo. Había de penetrar en el alma o, si se quiere, en la mente, para yugularla. Y la manzana envenenada fue la Sociedad de Consumo. Mi abuelo murió antes de ver cómo el pueblo se ha aburguesado por completo y está menos vivo que un museo de cera. El poder se ha refinado tanto que se ha vuelto invisible. ¿O no era invisible cuando encerró en sus casas a la población de decenas de países con cuatro telediarios y sin ningún tanque en las calles?»

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