Paisaje urbano
Eduardo Osborne
La senda de Extremadura
España es el estado democrático más descentralizado del mundo. Ni los estados de Alemania ni los de USA tienen tanto autogobierno como las comunidades autónomas. En este contexto, que se les llame comunidades, naciones o estados es del todo irrelevante; cuestión tan solo de etiquetación o nomenclatura. Dicho de otro modo: aquí no cabe más federalismo -de facto- salvo que queramos hacer desaparecer el estado español y permitir a cada comunidad la gestión integral de su justicia, hacienda e impuestos, que tenga un ejército propio y un ministro de exteriores, cosiendo de fronteras todo el interior de la península. El resto de competencias están transferidas en su totalidad desde hace ya mucho tiempo. El estado de las autonomías español, muy al contrario de lo que vocean sus defensores, es un fracaso monumental. El tiempo ha ido definiendo a las comunidades como cutres reinos de taifas, deslegitimados por la acción arbitraria de sus gobernantes, personajes arrogantes que han fijado su poder en los chovinismos y populismos de cada territorio. La historia nos ha demostrado que los taifas han sido siempre períodos de retroceso social, económico e intelectual; terreno abonado para los nacionalismos de corto alcance. Los reyezuelos de taifas han actuado estos cuarenta años como amos de sus respectivos cortijos, usando el poder de la educación y televisión públicas para promover y potenciar todos los rasgos "diferenciales" de sus respectivas tribus. La cultura de la tribu, ya se sabe, en todo tiempo y lugar, es un mecanismo de control del gobierno hacia su pueblo, un efecto de anestesia que impide el desarrollo de la verdadera cultura del individuo. El reyezuelo prefiere siempre gobernar un rebaño que un grupo de individuos con criterio y miras largas. La cultura de la tribu, que se asienta sobre narraciones míticas, irracionales y sentimentales, es la base de todo nacionalismo y el origen de todo fascismo supremacista. Todo hecho diferencial se autodefine como tal en base a una supuesta superioridad con respecto al del vecino. El proyecto de izquierdas de la Ilustración -que fracasó en España- pretendió unos valores éticos y justicia universales, el triunfo de la ciencia y la razón como forma de conocimiento en detrimento de la cultura de la tribu y la eliminación de fronteras; una hermandad universal. Ignoro en qué momento la actual izquierda española olvidó este guión tan básico.
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