Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Cuidar plantas
Medio siglo
La circunstancia de que el lunes es la fiesta de San Juan nos trajo a las mientes una saeta que le suelen cantar al San Juan que va acompañando a la Virgen de la Soledad, y que habla de que lleva “el deo tieso”. Que, por cierto, el San Juan de la Semana Santa es el Evangelista y el del “deo” tieso es el Bautista, pero en la susodicha letra los confunden. Lo relevante es que no se sabe bien qué o a quién señala el tal dedo, pero suena a acusador como el de Zola en su famoso artículo “J’accuse”. Y a eso vamos, a acusar a los responsables del terrible problema de vivienda que tenemos en España. Este dedo puede señalar en muchas direcciones, porque los responsables son los poderes públicos, todos los poderes públicos: desde el Congreso de los Diputados, los diferentes y variopintos gobiernos que hemos tenido, hasta los ayuntamientos, igualmente de todo tipo y condición. Esta múltiple responsabilidad favorece que lleven toda la vida acusándose unos a otros, y sin hincarle el diente a tan crudo problema porque no da resultados electorales a corto plazo. Exige una planificación y recursos abundantes, y encima los resultados no se ven nunca antes de cuatro o cinco años; plazo que desborda el mandato del político que gobierna en el momento de tomar la decisión de invertir en viviendas. Lo de siempre: unos por otros, la casa sin barrer.
Lo más grave de esta situación es que afecta a millones de criaturas humanas, sobre todo a jóvenes y sectores vulnerables, pero no solo: en algunas zonas –Baleares, Madrid, Barcelona, Costa del Sol…- ya no encuentran vivienda costeable con sus ingresos ni los médicos, enfermeros, profesores…y no hablemos de los millones de trabajadores del voluminoso sector turístico. A este, más que numeroso, multitudinario colectivo hay que añadir los dos millones de inmigrantes que han engrosado la población española en los últimos cuatro años. Muchos de ellos están cubriendo los trabajos imprescindibles y más penosos que los españoles no quieren ejercer. El resultado es que los camareros y profesores alquilan balcones en Ibiza a quinientos euros al mes. O un cubículo de 3x3 m2 en Madrid. O se montan una chabola con plásticos desechados del invernadero, cartones, chapas de uralita y, los más pudientes, ladrillos de una obra cercana. Mientras, el grueso de la sociedad nos rascamos la entrepierna a través del bolsillo del pantalón, mientras damos un paseo y comentamos con los conocidos que nos encontramos: “Aquí luchando”.
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