Andrés García Ibáñez

Las santas de Goya

Resistiendo

Ya conoce a Goya, y conocerá cuanto trabajo me costará inspirarle tales ideas

13 de junio 2024 - 00:00

Estoy ahora muy ocupado en inspirar a Goya el decoro, modestia, devoción, respetable acción, digna y sencilla composición para un lienzo grande que me encargó el Cabildo de la Catedral de Sevilla para su santa iglesia. Como Goya vio conmigo todas las grandes pinturas que hay en aquel hermoso templo, trabaja con mucho respeto una obra que se ha de colocar a la par de ellas, y que ha de decidir su mérito y opinión. El asunto es de las dos santas mártires, Justa y Rufina. El Cabildo quería que representase el martirio u otro pasaje de su vida. Pero yo elegí que solo representase a las dos santas de tamaño natural; las que con sus tiernas y decorosas actitudes muevan a la devoción y deseo de rezarles. Ya conoce a Goya, y conocerá cuanto trabajo me costará inspirarle tales ideas, tan opuestas a su carácter”. Así escribía el ilustrado Ceán Bermúdez a su amigo Tomás de Vari, coleccionista residente en Mallorca, contándole los preliminares para la realización de un gran cuadro de altar con destino a la sacristía de la catedral sevillana. El cuadro se pintó en Madrid en 1817 y se entregó en enero del año siguiente; ejecutado por un Goya de setenta años, de composición severa y una estética que preludia la obra postrera del exilio. Las dos figuras son de una belleza idealizada y popular a un tiempo, con una técnica riquísima donde brillan los ocres empastados de los ropajes. El mismo día que se colocó la obra en el lugar previsto, donde todavía se encuentra, Ceán volvió a escribir a Vari: “Salió perfectísimamente, y es la mejor obra que pintó y pintará Goya en su vida. Su autor está contento, pues le pagó el Cabildo 28.000 reales”. Por contraste, el cuadro no gustó nada a los sevillanos y hubo enconadas reacciones de todos los artistas locales, fruto de la envidia hacia el “célebre Goya”. El viejo maestro había firmado la obra con una inscripción desafiante para una ciudad tan endogámica y poseída como Sevilla: “Francisco de Goya y Lucientes. Zaragozano y Primer pintor de cámara del Rey”. Por Sevilla empezó a correr el bulo de que Goya había usado como modelos a dos conocidas prostitutas de la ciudad, Ramona y Sabina, y que había dicho “voy a hacer que adoren el vicio”. Esta leyenda fue recogida más tarde por viajeros románticos ingleses como Richard Ford, con la frivolidad y el gusto por el pintoresquismo de estos estúpidos visitantes. Pese a todo ello, el Cabildo no tocó nunca la obra, consciente de que tenía un tesoro del más grande pintor español del momento.

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