
Mis cosas
Diego Martínez
Se cumplen 25 años sin la figura de José Ángel Valente
Cuando tenÍa 13 años, tuve que estar unos cinco meses en reposo por enfermedad, lo cual me trajo muchas consecuencias, que a esas edades son molestas. Por lo pronto, me costo perder el curso (4º de Bachillerato) y tener que repetirlo sin haberlo cursado: ironías de la vida.
Por otra parte, como los médicos me recomendaron no hacer ejercicios “violentos ni forzosos”, y me dispensaron de la Educación Física en el Instituto, lo que no nos provocó ningún trauma ni a don Francisco Salmerón ni a mí. Tras mi reincorporación yo me dedicaba a leer en clase de gimnasia y llegaba a la hora que me parecía. ¡Grandes profesores don Francisco Salmerón y Luje!.
Por cierto, que Luje nunca me dejaba responder cuando en 5º y 6º, durante las clases de F.E.N., normalmente llamadas “de política”, hacía alguna pregunta “al auditorio”, diciéndome siempre lo mismo: “tú no, Ignacio, que siempre la lías”. Benditos tiempos en los que aprendí mucho, mucho, mucho.
De las clases de política y de sus enseñanzas con Luje, me ha quedado la costumbre semejante a la de un artículo que leí en un Selecciones del Reader’s Digest que relataba cómo un conductor americano, cuando veía un contador de coches en la carretera, con su cable extendido por el asfalto, al pasar las ruedas delanteras sobre el mismo, levantaba el coche y pasaba las traseras sin tocar el cable. Cuando le preguntaron por qué hacía eso, respondió que para que se “mosquearan” los de tráfico al contabilizar en el contador medio coche.
Pues eso es lo que hago yo con mi tarjeta del banco: nunca van a saber en qué, ni dónde, me gasto la pensión, que dicho sea de paso, no digo de paso lo que me parece porque no se deben utilizar voces malsonantes en público, ni menos en un medio como es éste que me permite expresarme libremente.
Así que sigan con sus nuevas aplicaciones informáticas en los cajeros, como las que van a estrenar próximamente, que yo seguiré molestando lo que pueda a los controladores que seguro que los habrá.
Por cierto, quien me prestaba “los Selecciones” era el abuelo de Paquito Sierra, del Club de Mar de quien erámos vecinos en la Rambla de Alfareros, cuando mi padre tenía la tienda de comestibles allí.
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