Utopías posibles

El silencio y el sonido

No es natural ni sano que pretendamos que nuestros adolescentes permanezcan 30 horas a la semana en silencio

El silencio no existe. Donde hay personas, hay sonido, está demostrado científicamente. Desde el vientre materno hasta los últimos instantes de nuestra vida estamos escuchando, lo queramos o no. El oído, además, es un sentido que no se puede «apagar». Siempre está activo.

Por tanto, resulta obvia la relación entre el sonido y la vida. El sonido es vida y la vida es sonido. Por eso es antinatural que las personas y los grupos humanos nos empeñemos en no producir sonidos, en determinadas situaciones. Es cierto que hay actividades que requieren de cierta concentración y para eso es necesario cierto nivel de silencio, pero no es menos cierto que no podemos estar demasiado tiempo en silencio. Necesitamos relacionarnos, hablar, reír, llorar, movernos… y todo ello son actividades que conllevan sonido.

No es natural ni sano que pretendamos que nuestros adolescentes permanezcan 30 horas a la semana en silencio (el tiempo que duran las clases). Dentro del «saber estar» y la buena educación que tenemos que proporcionar está también la necesidad de que sepan cuándo se puede o no se puede hacer más o menos ruido, cuándo hay que concentrarse y cuándo se puede o se debe interactuar. Aunque sea una queja razonable y generalizada entre el profesorado («no se callan», «no hay manera», «así no se puede dar clase») el otro extremo no es mejor. Un aula sin sonido es un aula sin vida. Pero hay más. Mucho más. ¿Qué significan los silencios entre personas? Pueden significar atención e interés, pero también indiferencia, miedo, despiste, incomprensión o malestar. Pueden llegar a ser una barrera infranqueable entre las personas, que necesitamos la interacción para crecer, tanto en lo personal como en lo académico. ¿Queremos aulas donde suceden cosas y se hablan las cosas, buenas y malas? ¿preferimos aulas donde impere el silencio pero luego se traduzca en dolor y sufrimiento, en miedos no expresados, en situaciones no superadas? Ese respeto antiguo que el profesorado cuenta a su alumnado, ese respeto que los abuelos cuentan que había en sus clases, ese silencio ¿era realmente respeto, o miedo? ¿todo el mundo aprendía, todo el mundo avanzaba? (hay datos, al respecto) ¿se podía hablar de los problemas propios, de sentimientos, de emociones? Desde el equilibrio y sabiendo que no existe la opción perfecta, debemos elegir constantemente entre el camino del sonido o el camino del silencio.

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