Cuando la sequía amenaza los cultivos de verano en el Levante, el cereal en Los Vélez y las frutas de hueso en el interior de la provincia, siempre se enciende una luz para la esperanza en forma de obras, en modelo de gestión, desalación y control del consumo. Nadie en esta provincia tiene dudas sobre la permanente necesidad de gestionar con excelencia, casi con mimo, hasta la última gota, bien sea por desalación, por trasvase, reutilización de aguas residuales o extracción de los acuíferos.

En años hidrológicos normales, con una pluviometría cercana a la media o por encima de lo habitual, los problemas son menos, las carencias escasas y las preocupaciones se miran de reojo. Pero tras un otoño seco, un invierno sin lluvias y una primavera que amenaza repetir índices bajos, escasos o nulos, es cuando saltan todas las alarmas y la reivindicación se hace necesidad acuciante y perentoria.

Pero, ¿ante situaciones como la que se avecina tenemos hechos los deberes? No hay una respuesta contundente para una pregunta tan directa. Vayamos por partes. Escuchando hace unos días al presidente de la Comunidad de Usuarios de la Comarca de Níjar, Antonio López, ante más de dos mil comuneros, optaría por la prudencia. No les va a faltar agua por la concesión de la desaladora de Carboneras, aunque urge a las administraciones aprobar, sin más dilaciones, la nueva balsa con capacidad para un hectómetro cúbico que les permitirá disponer de líquido elemento embalsado en los meses de más consumo.

En el Poniente la Junta Central de Usuarios y las distintas comunidades de regantes mantienen la prudencia, aunque las aportaciones del acuífero, aguas residuales tratadas y desaladora de Balanegra, deben ser suficientes para no pasar un solo apuro.

La desalación, a unos precios razonables, es la posibilidad única de mantener cultivos y producciones en la provincia

¿Dónde está el problema? En la sequía. Los suelos hace años que no han estado más yermos y la falta de precipitaciones en las cuencas cedentes van a limitar tanto el trasvase del Negratín como el del Tajo-Segura. La consecuencia es clara: cientos de hectáreas de cultivos de lechugas y de hortalizas como brócoli, col y similares peligran. Sin agua no hay cultivos y la desalación y los acuíferos son insuficientes para mantener plantaciones. El resultado no es otro que la caída de producción, la reducción de los contratos y el incremento de los precios en los lineales de los supermercados.

Los cultivos tradicionales son los que los tienen peor. Sin posibilidad de acceder a aguas procedentes de desalación y con sólo la pluviometría anual como referencia, el único recurso que hay es buscar el mantenimiento de los árboles, conociendo de antemano que gran parte de la cosecha corre serio riesgo de perderse. Y como último recurso, mirar al cielo, como lo han hecho los agricultores toda la vida, y esperar que las borrascas lleguen para mojarlo todo.

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