La Rambla
Julio Gonzálvez
Paz y felicidad
Conozco un lugar en Almería donde el tiempo discurre muy despacio resbalando sobre la memoria. Un lugar que ha sobrevivido al epicentro de los botellones que formaron parte de la liturgia de los jóvenes almerienses de principios de este siglo, al abandono, a las plagas, incluso a los cañonazos alemanes de la guerra civil. A la sombra de eucaliptos, moreras, pimenteros brasileños, laureles o árboles de los dioses del parque Nicolás Salmerón -que ahora te recibe con una hermosa jardinera vertical- se extiende un mercadillo de segunda mano en tenderetes desaliñados que en una mañana de sábado te mostrarán muchos de los recuerdos de tu vida, como si el resto del año no contara. Tal vez algunos de ellos despierten tus recuerdos e imagines siluetas entrañables, o tal vez despierten al dragón de tu mundo interior y en las sombras olvidadizas de tu memoria se ilumine la sordidez de un tiempo que prefieras no recordar. En cualquier caso, los objetos expuestos en tablas de madera o sobre un paño en el suelo a los pies de sus propietarios son el territorio legendario forjado en torno a nuestros ayeres, elaborado con entrañables piezas que te explicarán a qué velocidad transcurre la vida, cómo se elaboran los sueños o la consistencia de los recuerdos. Es tal la original expectativa que genera ese mercadillo sabático del parque que, aunque solo sea por esa sorpresa de recuerdos, habrá merecido la pena viajar a esa feria desde donde te echarás a volar a través del tiempo, o te permitirá hacer cábalas venturosas sobre espacios irreconocibles de tu memoria. Una máquina de escribir de cuando eras niño, una balanza romana, el bolso de escay que tu madre llevaba sobre el brazo imitando al cuero, sartenes de hierro ya oxidadas, una brújula, libros de tu infancia, viejos discos de vinilo de Elton John antes de retirarse en 1977, antiguas cámara fotográficas plegables de rollo, cámaras Zeis Ikon de cajón y películas VHS de ayer que llenaban estanterías en la época dorada de los videoclubs, o frascos de vidrio vintage, quién sabe, que quizás alojaron el perfume envolvente de tu primer amor de adolescencia, son ejemplos plásticos referidos al mundo de los sentidos, viejos cacharros que te encontrarás y quizás te lleven a alguna tarde gloriosa de tu juventud. No es nostalgia, sí tal vez jirones de melancolía que podrían aparecer sumergidos en tu memoria, ocultos en la oscuridad de tu cerebro, como un insecto aplastado en el parabrisas de tu coche al final de un viaje, o tal vez sea una mañana feliz de color atemperada a la luz azul mediterránea. Aunque sea por un rato, aunque no compres nada, merece la pena el viaje de mirar y recordar. Feliz viaje.
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