Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Cuidar plantas
Jean-paul Sartre, entre otros muchos, reflexionó sobre la libertad humana, siendo esta, a la vez, una carga y un privilegio. Cada elección nos define, y con ello, cada renuncia traza el mapa de nuestra propia existencia. El derecho a acertar o a equivocarnos es lo que marca la diferencia entre vivir o simplemente existir. Vivir implica abrazar la incertidumbre, aceptar el riesgo y no someterse a los límites que otros nos imponen. Existir, no obstante, supone sencillamente dejarse llevar por el día a día y en muchas ocasiones por los demás. Y, aunque no hace falta haber leído a Sartre para entender así la libertad y el respeto a los demás, hay muchos que viven y dejan y vivir. Pero también hay otros que tratan, con una mezcla de arrogancia y presunción, de dirigir nuestros pasos. Se presentan como expertos en nuestras vidas, convencidos de que sus opiniones y decisiones son las únicas válidas. Se permiten aconsejar sobre nuestro futuro profesional, relacional y hasta emocional, dictando lo que consideran el camino correcto. Y cuanto más iluminado se considere el sabio de turno más extremas serán sus posiciones. Pero a todo esto: ¿quién les ha preguntado?
Esta suerte de jueces y gurús existenciales suelen ser tan cortos de entendederas que ni siquiera se dan cuenta de que causan más daño que beneficio. La insistencia en controlar y socavar nuestra libertad acaba sofocando la originalidad y la autenticidad. Disfrazados de un “yo te quiero y sé lo que te conviene” intentan imponer un molde ajeno sin saber ver que cada cuál es cada quién.
En este último artículo de la temporada exhorto a vivir sin permiso de nadie. Y no es esta una declaración de vacía rebeldía sino un acto consciente y templado que alienta a reunir el coraje para seguir nuestro propio camino, con o sin la aprobación de los demás.
Amigos envenados de envidia, compañeros atrapados en su propia maraña o familiares con un nocivo concepto del cariño… Cualquiera de estos perfiles es proclive a la imposición de su incuestionable sabiduría. Pero, por supuesto: “consejos vendo que para mi no tengo”. A todos esto ni caso; no son más que cobardes a los que resulta más cómodo arreglar las vidas ajenas que enfrentar sus propias miserias.
Y mientras aquellos van siendo capaces de reparar en su sinsentido ustedes a lo suyo. Pocas pastillas combaten mejor la ansiedad, la depresión y el miedo: vivan sin permiso.
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