Nada es verdad | Crítica

Sinceridad

Veronica Raimo (Roma, 1978).

Veronica Raimo (Roma, 1978). / Alessandro Imbriaco

La inteligencia y la ironía de escritores como Veronica Raimo (Roma, 1978) está revitalizando el pozo seco de la autoficción, tralla melosa y triste de autores moralistas, haciendo de él una cosa entretenida, feliz y un poco lo de siempre: ficción sobre uno mismo, como Petrarca o como Proust, ficción al fin y al cabo. Digamos que le han dado la vuelta a la tortilla y ahora todo es mejor, pero no porque se hayan vuelto tradicionales –al revés, son rompedores–, sino porque se han vuelto generosos, fértiles, liberales o como se quiera decir, quizás arrinconados por otras formas de narración, como las series, que los obligan a ir más allá, a ofrecer esa cosa primordial que nunca dejará de fascinarnos en la escritura. Los italianos se están tomando muy en serio este asunto. ¿Vienen al rescate? Ahí están, por ejemplo, Vincenzo Latronico (Roma, 1984), cuya primera novela traducida al español, Las perfecciones (Anagrama), comenté aquí hace unos meses, y, en un registro muy distinto, la propia Raimo. Los dos ofrecen una literatura aparentemente inspirada en sus experiencias personales y en las anécdotas de sus vidas, pero con una fuerza que las eleva sobre ellas y que permite al lector ir más allá del detalle cotidiano y admirarse ante lo extraordinario.

Nada es verdad es la primera novela de Veronica Raimo que aparece en español. Raimo es una escritora consolidada, aunque no excesivamente prolífica, en las letras italianas –cuatro novelas y un poemario desde 2007, además de su actividad como traductora y guionista de cine– y es muy buena noticia que podamos empezar a acercarnos a su obra en nuestro idioma. Por Nada es verdad, publicada en Italia el año pasado, ha recibido los premios Viareggio-Rèpaci y Strega Giovani. Siempre hay que saludar a los traductores, pero en este caso con más razón porque la traducción de Carlos Gumpert no puede ser mejor: si la novela se lee sola, es sin duda en buena medida gracias a su trabajo finísimo. Y todo viene con el cuidado y la clase que caracterizan a la editorial Libros del Asteroide, que abrió el año con otro descubrimiento muy interesante, El visionario, del francés Abel Quentin. Ambos títulos, radicalmente distintos en tantas cosas, comparten sin embargo una misma mirada irónica y desengañada, una fe desesperada en la supervivencia por parte de unos personajes que nos mienten y se mienten con maestría.

Raimo escribe desde la sorpresa de estar viva, la perplejidad del reflejo en el espejo

La mentira precisamente domina la novela de Raimo desde el título. No sabemos si estamos ante el retrato de la familia de la autora –insiste durante todo el libro en que así es–, o ante la gran invención de una hija de familia de clase media urbana y anodina, como también es perfectamente posible según la personalidad de la niña y luego la joven que relata su vida y la de sus allegados. Raimo insiste también en la duda, o al menos en la ironía, que se despliega con genialidad desde las primeras líneas: “Dicen que cuando en una familia nace un escritor esa familia está acabada. En realidad la familia saldrá adelante sin mayor problema, como siempre ha ocurrido desde la noche de los tiempos, mientras que quien acabará mal parado será el escritor en su desesperado intento de matar a madres, padres y hermanos, solo para volvérselos a encontrar inexorablemente vivos”. Y el caso de su familia está claro que no es fácil, sobre todo si tenemos en cuenta que no solo Veronica, la protagonista, es escritora, sino que también lo es Christian, su hermano, como también es escritor Christian, el hermano de Raimo.

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro.

La novela presenta a una familia enloquecida, con una madre sobreprotectora a la cabeza, que teme por la vida de su hijo, pero un poco menos por la de su hija, y vive obsesionada por la libidinosidad de los hombres; un padre que se dedica a llenar de tabiques y altillos la casa suburbial en que viven hasta hacerla casi inhabitable; un hermano poco atento a lo que lo rodea y poseído por una viril condescendencia; un abuelo que podría resultar excesivamente cercano, una abuela rústica y violenta… Y una niña que pronto se ve en la necesidad, ante el vacío o el ruido de un mundo incomprensible, de una familia en eterno conflicto, de empezar a fingir sueños y vocaciones tras los que ocultar su indolencia. La amistad, tristemente rota o convertida en algo que nosotros mismos dejamos morir, el paso a la edad adulta, el sexo, el trabajo, los hijos –sobre todo los hijos de los demás–, la huida –a Berlín en el caso de Veronica, y a Berlín también en el caso de Raimo–, recorren esta novela escrita desde la sorpresa de estar viva, desde la incomprensión absoluta que a veces nos inspira nuestra propia imagen en el espejo.Y de esa forma en que ante el espejo nos mentimos con tanta frecuencia como nos decimos la verdad, así escribe Veronica Raimo, con la vergüenza, el miedo, pero también el orgullo inconfesable, que nos asaltan ante nuestras propias acciones. Sea todo verdad o sea todo mentira, queda en quien la lee la sensación de una sinceridad absoluta.

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