Hostelería

Los cerveceros de Almería están de luto: cierra ‘El Morata’

  • Su dueño ha decidido echar la persiana de la castiza bodega de la calle Granada el próximo 23 de diciembre

Pepe Morata regenta esta genuina bodega abierta en la calle Granada hace casi medio siglo.

Pepe Morata regenta esta genuina bodega abierta en la calle Granada hace casi medio siglo. / Rafael González

La genuina Bodega Morata, o ‘El Morata’ como también se le conoce en Almería, cierra la persiana para siempre. Un fatídico día, el próximo 23 de diciembre, para los cerveceros de pura cepa que han encontrado en este pequeño local de la calle Granada el rincón de la caña bien servida, el perfecto vino tinto o ese queso a la plancha de acento propio. Es uno de los bares históricos de la capital almeriense con medio siglo de actividad que su propietario, Pepe Morata hijo, abandona por una vida, como dice, “con menos dinero, pero más sana”.

Este torbellino de hombre no se jubila. “Tengo 56 años”, que es una edad en su opinión perfecta para colgar el mandil y emprender un nuevo proyecto con la entrada de 2023 que “nada –aclara– tiene que ver con la hostelería”. Quiere dedicarle más tiempo a la familia, hacer esos viajes que ha ido posponiendo y, claro, “que me sirvan a mí la cerveza en lugar de ponerla yo. Estoy cansado, muy cansado y ya es hora de tener una vida más tranquila”.

Cualquiera que conozca El Morata lo sabe pero, para los pocos que no han estado entre sus apenas 50 metros cuadrados, el local rezuma frenética actividad. No suele caber ni un alfiler y todo se reduce al trabajo de una misma persona. No hay cocinero ni más camareros que Pepe Morata. “Aquí las normas las pongo yo y quien viene, se las sabe. Rápido, no; bueno sí. Esa es mi norma y los clientes, como está bueno, es lo que valoran”, comenta.

Pepe Morata sube la persiana y la bodega se llena hasta los topes. Pepe Morata sube la persiana y la bodega se llena hasta los topes.

Pepe Morata sube la persiana y la bodega se llena hasta los topes. / Rafael González

Se ocupa él mismo también de ir cada mañana a comprar los productos al Mercado Central que, como bien remarca, son “de primera calidad. Siempre les he comprado a los mismos proveedores, siempre. Cuando es temporada de tomate del bueno, lo compro. Puede que cobre algo más caro que en otros sitios, pero mis productos son desde luego de primera calidad”.

Junto a la limpieza de la que presume, lo que sale de su diminuta cocina es una de las claves del porqué un bar que se encuentra alejado de zonas más céntricas de bullicio hostelero, ha mantenido éxito de público sin publicidad y cuando ni siquiera tiene un cartel en la entrada que lo identifique. “No me ha hecho falta nada de eso. Me ha bastado el boca a boca, y todo el mundo conoce la bodega y dónde está”. Hasta Google, eso sí, que en los nuevos tiempos guían los pasos hasta la puerta del local, una cristalera, si está abierto, y persiana de metal, propia de cualquier cochera, si está cerrado.

Abierta solo dos palmos, significa que Pepe está preparándolo ya todo para abrir. No hay una hora específica. La marca él, aunque suele ser sobre la una. Ya, antes, hay gente en la puerta esperando. No la deja entera abierta, porque “se me cuelan”, comenta con la sonrisa satisfecha de quien sabe que se marcha habiéndolo dado todo por preservar la bodega que sus padres, Pepe Morata y Mercedes Montoya, abrieron en el año 1973 y en la que pasó buena parte de su infancia hasta que, con 17 años, se estrenaba tras barra.

“Aquellos eran otros tiempos. Venían trabajadores de buen beber. Por las mañanas, la copa de anís o de coñac; al mediodía, medio litro de vino con apenas tapas, fruta y michirones –el guiso de habas murciano con chorizo–, y, por la noche, eran los mismos”, recuerda de esta época anterior a la jubilación de sus padres y de la que conserva la estética castiza del local.

Clientes de El Morata celebran su cita en la añeja barra con cerveza. Clientes de El Morata celebran su cita en la añeja barra con cerveza.

Clientes de El Morata celebran su cita en la añeja barra con cerveza. / Rafael González

No hay variación alguna. Sigue la barra, donde se han acodado, y se acodan, “caras muy conocidas” que prefiere no desvelar, y hasta el alicatado blanco. Pepe Morata hijo sí le dio un cambio que logró popularizar la bodega sin necesidad de anuncios ni, como ahora, branding y community management: un grifo de cerveza, un tinto de verano que es “el mejor de Almería y no lo digo yo, es lo que dicen” y unas tapas, que Pepe decide de qué y cuándo, de quesos, pollo relleno, jamón braseado o sobrasada picante que, el 23, será el último día para degustarlas antes del merecido descanso.

Queso a la planca con tomates de la tierra, una de las tapas típicas. Queso a la planca con tomates de la tierra, una de las tapas típicas.

Queso a la planca con tomates de la tierra, una de las tapas típicas. / Rafael González

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