Vida de Jesucristo | Crítica

El Cristo de Dickens

  • Renacimiento publica 'Vida de Jesucristo'. una obra de Dickens poco conocida, que se publicó a la muerte del último de sus hijos, en 1933, y que cuenta con la notable introducción del poeta y articulista Enrique García-Máiquez

Charles Dickens con sus hijas Mamie y Katey en 1865

Charles Dickens con sus hijas Mamie y Katey en 1865

El lector español se encuentra aquí con un libro anómalo y escasamente conocido de Charles Dickens. La edición que aquí se reproduce es la publicada, a mitad de los años 30, con traducción de Rafael Vázquez-Zamora. Pero el lector inglés tampoco lo ha conocido mucho antes. Apenas con un año de diferencia (recordemos que Dickens había muerto en junio de 1870, poco antes que los hermanos Bécquer). ¿Por qué, entonces, esta edición tan tardía? Por una exigencia del autor: Dickens había manifestado su deseo de no publicarla hasta la muerte de sus hijos, lo cual no ocurre hasta 1933. La pregunta que se impone, lógicamente, es cuál fue el sentido de tal exigencia. Y la respuesta, que emana con naturalidad del propio texto, es que Dickens había escrito tal obra para sus hijos, con un despojamiento inusual que obraba en beneficio de la claridad, pero que no ocultaba, del todo, la destreza del “escriba”.

Dickens acomete aquí una breve y modesta y enternecedora 'Imitación de Cristo', a la manera de Kempis

Tanto Vázquez-Zamora en su “Prólogo” de 1934 como Enrique García-Máiquez en su “Introducción” de 2022 dan noticia sobrada y puntual de la naturaleza, conmovedoramente dickensiana, de estas páginas. Pero no por la magnitud de la figura retratada, sino por lo que dicha figura significa, en términos ejemplares, para la educación de sus hijos. Digamos, en tal sentido, que Dickens acomete aquí una breve y modesta y enternecedora Imitación de Cristo, a la manera de Kempis, resaltando aquellos actos recogidos en los Evangelios que ayudan con mayor claridad a patentizar las enseñanzas, la originalidad histórica y humana del niño nacido en Belén. Por los mismos días en que se publica esta Vida de Jesuscristo, Papini compondrá su Jesús de Nazaret, cuyo carácter y cuyo tenor son, singularmente, otros. En Papini se trata de presentar el drama del Hijo del Hombre desde la hora inicial de su nacimiento, abundando en la hostilidad con que el mundo recibió la nueva del cristianismo. No es esto lo que el lector encontrará en este Dickens, cuya intención es la de alentar en sus hijos la compasión y la ternura. También la gratitud y cierta alegría vital que nos recuerdan, inevitablemente, a Chesterton (pero no al Chesterton radicalmente pesimista de El hombre que sabía demasiado, sino aquel otro, carnal y alado, que elucidó a Chaucer y al Poverello de Asís). Es esta alacridad esencial la que encontramos, expuesta con sencillez, en el Jesucristo de Dickens.

Para el lector actual, acaso pueda resultar infrecuente esta atención a una figura religiosa. Sin embargo, al siglo en el que escribe Dickens no se lo pareció tanto. Nadie ignora que el Romanticismo, en su compleja magnitud, no puede comprenderse sin la nervadura espiritual que lo sustenta. Incluso obras de carácter científico, como la Figsionomía de Lavater (pastor protestante suizo y amigo de Fusseli), se nutrirían de una constante atención a la imagen de Cristo, por cuanto en él -según el erudito helvético- debían manifestarse, a través de sus rasgos, las superiores calidades y las virtudes morales que dieron a su aspecto una forma desconocida de belleza. Y tampoco Gosse, contemporáneo de Dickens y de Darwin, alcanzó a considerar la biología y la naturaleza al margen del Viejo Testamento. Lo cual nos devuelve a la presencia de la religión en el XIX y el XX, desde Léon Bloy a Unamuno, pasando por la obra toda de Friedrich Nietzsche, y así hasta llegar al Moisés y la religión monoteísta de Freud o el “Dios no juega a los dados” de Albert Einstein. A lo que cabría añadir, por último, el carácter espiritual de las vanguardias, desde el primerizo De lo espiritual en el arte, de Kandinsky, publicado en 1911, al futurista Papini que escribe su Historia de Cristo en 1921.

Como cabe deducir, el Cristo de Dickens es una figura del perdón, la compasión y el candor. Y en particular, por cuanto se refiere a los niños. Ahí reside, con toda probabilidad, el impulso inicial de estas páginas (“quienquiera que cause daño a uno de ellos, mejor le fuera atarse al cuello una piedra de molino y ahogarse en lo profundo del mar”). Páginas, por otra parte, donde resplandece una sencilla ternura y donde se adivina al padre bajo el disfraz de escritor, y al escritor prosternado imaginariamente, niño entre niños, ante un viejo pesebre de Judea.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios