Festival de Sevilla

Pablo Berger: “A los animadores los trataba como a los actores: les hablaba de emociones”

Pablo Berger, fotografiado ayer en el Festival de Sevilla.

Pablo Berger, fotografiado ayer en el Festival de Sevilla. / José Ángel García

Pablo Berger (Bilbao, 1963) ya había mostrado con Blancanieves y Abracadabra su interés por el funambulismo, su alergia a amoldarse a las convenciones. Su debut en la animación, Robot Dreams, que se estrenó en Cannes y fue premiado en Annecy, crónica de la amistad entre un perro y un robot en la Nueva York de los 80, es otra pirueta inesperada de un cineasta que se define “libre”, pero que al riesgo siempre le pone corazón. Su valentía va de la mano de la sensibilidad.

–Una crónica de Cannes arrancaba con la frase: “A Pablo Berger le encanta complicarse la vida”. Es un buen resumen de su carrera.

–[ríe] Sí, pero no lo hago de una manera consciente. Es verdad que cada película es un reto para mí. Me gusta la idea del cine como un arte circense y me siento como una especie de trapecista que se enfrenta cada vez a eso de más difícil todavía. Pero no está planeado. Me muevo por impulsos, y me tengo que enamorar de las historias. Todas mis películas son actos de amor. Esto puedo hacerlo porque cuento con productores que me apoyan, lo que es una suerte.

–Leyó Robot Dreams, la novela gráfica de Sara Varon, hace más de una década. ¿Por qué le cautiva desde entonces?

–Lo primero, que se contaba con imágenes, que no recurría a diálogos, y yo estaba buscando una propuesta en la que pudiese repetir lo que hice en Blancanieves. Aparte había un elemento gráfico muy atractivo en el diseño de los personajes, y otro detalle que a mí me entusiasmaba era que transcurría en Nueva York, una ciudad en la que yo viví 10 años. Y si a eso le añades un final absolutamente conmovedor... era difícil resistirse.

Pablo Berger. Pablo Berger.

Pablo Berger. / José Ángel García

–La película defiende que todos necesitamos a alguien que nos haga la vida más amable.

–Yo quería hacer un proyecto de imagen real con este tema, el de la amistad, las relaciones, su importancia, pero también su fragilidad, cómo superamos la pérdida a través de la memoria. En la promoción estoy diciendo mucho que Robot Dreams es una carta de amor a Nueva York, pero sobre todo es una carta de amor a los seres que he querido y que por una razón o por otra no están conmigo ahora. Pero la memoria sirve como un bálsamo: esas personas me acompañan aunque no estén ya.

–Está ambientada en la Nueva York de los 80, un escenario que veíamos en las películas y que pertenece a nuestra memoria sentimental.

–Sin duda. Yo no me considero un director nostálgico, para nada, aunque mis películas suelen ser de época, pero sí siento añoranza por la Nueva York de los 80 y de los 90. Yo viví la Nueva York preinternet, preglobalización, la ciudad en la que tenías que estar si querías ser artista. Todos vivíamos en el Downtown, en el East Village, pero eso ahora sería insostenible. El apartamento de Dog es mi último apartamento allí, la película es muy personal para mí, yo soy Dog. Pero el alquiler de ese piso costaba menos de 800 dólares y ahora se ha multiplicado, y los artistas se fueron de Manhattan y ya no colaboran entre ellos. Es lógico que tenga nostalgia: allí me convertí en adulto, me convertí en cineasta y conocí a mi pareja, de vida y profesional, Yuko Harami, con la que he hecho mis cuatro películas. Por eso tenía que ser fiel a mis recuerdos. Robot Dreams corría el peligro de convertirse en un europudding, una coproducción hispanofrancesa que reflejara una Nueva York de mentira. Yuko y yo, como habíamos vivido allí, éramos la prueba del algodón y comprobábamos que todo estaba correcto.

"Nunca he hecho lo que se esperaba de mí, pero no puedo quejarme, porque me ha ido bien”

–En este filme hay homenajes a El mago de Oz y a las coreografías de Busby Berkeley. ¿En qué otras referencias se inspiró?

–Es que yo antes que director soy cinéfilo, soy espectador. Amo el cine por encima de todo. Desde mi primera película hasta esta, mis trabajos están llenos de guiños, me gusta introducir lo que los americanos llaman Easter eggs [huevos de Pascua], pequeñas sorpresas que los aficionados tienen que buscar. Las referencias que ha dicho son ciertas, hay muchas más, pero prefiero no contarlas y que el espectador las descubra. Me gusta que el público esté alerta a lo que pueda pasar, como si buscara en un libro de ¿Dónde está Wally?.

–Para usted algunas de las mejores películas que se han hecho últimamente son de animación, pero un sector del público y de la crítica se resiste a la evidencia.

–Hace un tiempo la revista Sight and Sound me preguntó por mis películas favoritas, y ahí estaba El viaje de Chihiro. Miyazaki y Takahata forman parte sin duda de los cineastas que más admiro, y los pongo en el mismo lugar que a cualquier director de imagen real. Y si pienso en la producción europea reciente asoman unas cuantas películas de animación: I Lost my Body, Persépolis o Ernest y Célestine son obras maravillosas; también, ya fuera de Europa, podría citar Isla de perros de Wes Anderson. Hay que acabar con el prejuicio que pesa todavía hoy, que trata a la animación como un género, que no lo es, y que se considera menor además. Es importante que los cineastas repitamos aquello que dijo Guillermo del Toro cuando recogió el Oscar por Pinocho: que el cine de animación no es un género, es un medio. Habrá buenas y malas películas. Al documental también se le trata como un hermano menor.

"Los directores somos como el aceite de una maquinaria. Si la maquinaria se atasca, tienes que propiciar que fluya"

–No ha encontrado mucha diferencia entre rodar en imagen real y un proyecto de animación.

–Aquí en vez de trabajar con intérpretes trabajas con animadores, pero mi forma de comunicarme con ellos ha sido la misma: yo sólo les hablaba de emociones, de verdad, de sentimientos, de lo que sería la puesta en escena, o de cómo moverse en el espacio, así que no he sentido un gran cambio. Yo soy un contador de historias, y eso es lo que me hace el capitán del barco, el que lleva el mapa del tesoro que son los guiones. Y más que mandar lo que tienes que hacer es escuchar a tus colaboradores y decidir. Si hay una analogía del director con algo, diría que somos el aceite de una maquinaria. y que si la maquinaria se atasca, tienes que propiciar que fluya.

–Empezamos hablando del carácter imprevisible de su trayectoria. ¿Intuye qué hará ahora?

–No tengo ni idea. Robot Dreams se va a estrenar en todo el mundo, y voy a estar de aquí para allá, en Francia y en EE UU, haciendo promoción. Los directores tenemos un cajón, virtual quizás, lleno de ideas, y alguna te grita Déjame salir, pero no sé aún cuál me va a gritar más. Mi carrera no se ha construido sobre lo racional, han sido pálpitos los que me han movido. Nunca he hecho lo que se esperaba de mí, pero no puedo quejarme, porque me ha ido bien.

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