Fiñana es un pueblo de apenas 2.000 habitantes, pero si por cualquier cosa tenemos un nuevo contagio que afectase solamente al 0,7 de nuestra población, unas 14 personas, tendríamos una tasa de contagio sobre 100.000 habitantes superior a 1.000 y eso implicaría, otra vez, el cierre de todo comercio y actividad no esencial. Y que a nadie le quede duda de que lo haríamos, pero la idea es no llegar a ello.

Durante la tercera ola llegamos incluso a montar nuestro particular comité Covid para tomar medidas preventivas, estudiar mejor los focos, cómo se habían propagado y prepararnos para lo peor hasta que, por lo menos, el 70% de nuestra población esté vacunada. Las vacunas las pone la Junta de Andalucía, que nunca asumirá ninguna responsabilidad al respecto porque las tiene que facilitar el Estado y éste depende de que lleguen desde esa operación conjunta de compra que capitanea la Unión Europea. En cuanto a las ayudas que pueden recibir las personas que más sufren los efectos de estos cierres de actividad y los que sencillamente están padeciendo los daños colaterales, que somos todos, pasa lo mismo. La Junta no asume más responsabilidad que aquella que aportan los datos positivos, porque los negativos siempre van a ser responsabilidad del Estado.

Esta situación no es nueva, no sorprende, y se debe a que hay dos tipos de políticos, los que hablan de actuar y no de mirar de quién es la responsabilidad del momento, y los que actúan dependiendo del efecto que puedan tener en titulares. Es una pena, pero nadie dijo nunca que la realidad no pudiese dar pena, así que toca asumir.

Un ejemplo: me niego a abrir los alojamientos rurales que hay en Fiñana, y son muchos, que dependen del Ayuntamiento. Hay otros municipios que si lo han hecho, y les felicito por su valentía, pero el enorme parque de alojamientos en refugios que tenemos en este pueblo implicaría que podrían llegar a nuestro municipio más de un centenar de personas. Muchas más, pero su incidencia en la economía local no es mucha. Los alquileres van a parar al ayuntamiento y no es tanto como para asumir riesgos por esos ingresos.

El tipo de visitante que viene a nuestro pueblo, en el modelo actual, no es ese que luego consume en el pueblo, pues en la mayor parte de los casos se trata de familias o grupos que vienen con la despensa desde casa y cocinan en los alojamientos, que para eso los tenemos perfectamente acondicionados. Y luego hay que limpiar. Y claro, no es lo mismo hacerlo en condiciones normales que ahora, cuando con esa tarea cualquiera de los operarios que deben desinfectar ese alojamiento puede contagiarse por el contacto con cualquier superficie infectada. Lo que decía antes, demasiado riesgo para un mínimo ingreso y que, por otro lado, genera unos gastos adicionales que son inasumibles.

¿Reabriremos los refugios? Claro que si, en cuanto se pueda, pero no es una decisión para tomar en la barra de un bar, en caliente y sin que te importe lo que pueda sucederle a la gente.

Tonterías se dicen muchas, porque esto de la Covid es como un partido de fútbol en el que todo espectador sabe más que el entrenador, el árbitro y cualquier profesional del gremio. Hay demasiados expertos callejeros, pero esas no son conclusiones u opiniones válidas, sino más bien faltas de respeto hacia quienes hacen su trabajo lo mejor que se puede en cada momento.

La Semana Santa, como cualquier otra fiesta de esas muchas que no hemos podido celebrar en el último año pasará, y el año que viene se repetirá en las mismas fechas, pero lo que no podemos permitirnos es repetir las consecuencias de la más mínima relajación de las medidas de prevención. Sencillamente quiero que vuelvan a estar todos, y no echar de menos a nadie que se quede en el camino.

Y ahí es donde quiero llegar, pues ya no se trata de que lleves la mascarilla puesta, cumplas los horarios o mantengas las distancias de seguridad. Lo que ahora toca es reducir aún más el contacto con otras personas, por lo menos el contacto tal y como nos gusta a todos. Y hablo de reuniones cercanas y entrañables, en casa o en el cortijo, compartiendo comida, bebida y charla. Obviamente somos conscientes de que no vamos a estar en una reunión con la mascarilla puesta y manteniendo distancias de seguridad, por lo que toca, lamentablemente, no reunirse o hacerlo mínimamente y con gente que confiemos que en su vida normal tienen mínimos contactos y asumen los mínimos riesgos.

Por eso, entre otras cosas, no abro los alojamientos rurales, ni los parques, ni muchos otros espacios púbicos, porque no sé quienes son, de dónde vienen y con quiénes se ven. Y llámenme cobarde porque es cierto, tengo miedo por lo que pueda pasarle a la gente de mi pueblo. Lo siento muchísimo y espero que sepan perdonarme por ello, porque la culpa es mía y solo mía. Yo no abro al público, sencillamente #yomequedoencasa.

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