Análisis

Ana María romero yebra

Un año sin julio alfredo

He escrito bastantes veces sobre Julio Alfredo Egea y siempre, el artículo o los versos que le dedicaba me han brotado fluidos, con una facilidad extraordinaria, producto sin duda del cariño que siempre le tuve como amigo y de la admiración que me producía su obra poética.

Escribir sobre él hoy es mucho más difícil porque hace un año que me quedé sin su persona, sin su cálida acogida en los reencuentros, sin su abrazo sincero…Eso duele en el fondo de la hondura y pone en los ojos una neblina que enturbia la mirada, anticipo de las lágrimas que vendrán después de recordarlo.

Pero no quiero que estas palabras sean una elegía a su pérdida, sino un canto al gozo de encontrarme en la vida, al venir a Almería, con un ser transparente, sincero y fecundo como él, con la mano tendida a los amigos y la comprensión y la disculpa para los que no lo eran si es que había alguien que no fuera capaz de quererle como hacíamos todos los que tuvimos la suerte de disfrutar de su bondad y su entrega.

Si miro hacia atrás todos los recuerdos con Julio me llenan de felicidad y nostalgia: El conocerlo en la Biblioteca Villaespesa el Día de Andalucía de 1982 y llenarme con su corriente de aire puro, con su autenticidad; el jamón y el vino que compartimos en su casa de Chirivel varias veces, el tenerle a mi lado cuando presenté mis primeros libros de poesía Isla de Brétema y Cantos de arcilla pronunciando palabras hermosísimas sobre mis versos, en el Congreso de Poesía de Córdoba donde se desvivió para que conociera a poetas y críticos amigos que pudieran difundir mi obra, haciendo de guía en la zona de los Vélez, transmitiéndome el amor por su tierra, en los encuentros de Uleila y de Oria, en mi casa, con los míos que le querían igual que yo y en montones de actividades literarias de nuestra capital o de la provincia que nos procuraban la alegría de volver a vernos y que ya no serán posibles nunca más.

Es doloroso pensarlo pero me quedo con todos esos años, muchos, de amistad y de cariño que hemos compartido y con sus libros donde, en prosa o en poesía, la esencia de Julio, el pálpito de su verdad, de su valía como ser humano y como escritor está presente y emana de la esencia que nos transmite con su palabra exacta, clara y bella pero sin artificios.

Eso es lo que nos queda y lo que a Julio le importaba realmente. Seguir leyendo las obras que nos dejó es el mejor homenaje que podemos hacerle en este aniversario de su muerte y conservar en el corazón y en la memoria su humanidad y su "aroma cabal a hombre bien hecho" como escribí en un verso del primer poema que le dediqué. Hoy lo reitero porque el aroma de Julio, es decir, su huella, nunca será evanescente. Al menos para mí.

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