En una semana en la que hemos escuchado demasiada hipocresía en el mundo del deporte, no me gustaría seguir el ejemplo. Lo de Valladolid te acerca a Primera División. Es un hecho. Por el qué, pero también por el cómo. En un Zorrilla abarrotado, Rodrigo Ely silenció a 20.000 almas que se congregaron en el estadio. Un tremendo giro de guion para júbilo de los almeriensistas allí presentes. Un empate que deja a los de Rubi en una situación privilegiada. La UDA, con el calendario más benévolo de los tres implicados, debe certificar el objetivo. Es el momento en el que la posibilidad de ver al Almería en la máxima categoría del fútbol español está más cerca en la era Turki Al-Sheikh. Los dos años anteriores, a estas alturas, en el vestuario ya se estaba pensando en unos playoffs a los que accedías con las orejas gachas. Un camino al degolladero totalmente evitable este curso. Seis citas en las que los rojiblancos parten como claros favoritos en todas ellas, jugando contra equipos descendidos o con la tarea prácticamente completada. De nada vale el discurso de que cada partido es complicado. No para mí. Entiendo que es el mensaje que se transmitirá desde dentro, por prudencia y sensatez. En este sprint final, el equipo se está sabiendo anteponer a las distintas situaciones adversas propias de la competición. Tanto en Huesca como en Valladolid logran puntuar tras ponerse por detrás en el marcador. Ante la Ponferradina, tras saber que todos tus rivales directos se habían dejado puntos, consiguen vencer y golear. Ese carácter, propio de los equipos que acaban subiendo, permite analizar que este año hay mimbres sobre los que confiar definitivamente. Ya no solo es el buen juego o una racha de resultados, sino una mentalidad de campeón. El factor presión parece caduco, los momentos de absoluta calamidad también. Las excusas desaparecen y los caminos empiezan a dirigirse a una única dirección. Todo de cara.

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