Pepe cae bien. Oficialmente es José Gomes, con esa ese final portuguesa que es casi como una ché española; pero oye, Pepe para los amigos. Y llevo un mes escuchando su discurso cada vez que lo da para confirmar que hasta en los momentos más oscuros, como en estas últimas semanas, no puede uno sino tenerle cierto cariño y aplaudir su sinceridad, dentro de su lógico corporativismo. Admite la inoperancia ofensiva, la falta de conjunción y la tensión que hace perder confianza y ganar en tensión alta, lo que se contagia a la afición y por desgracia se proyecta en la directiva.

Las horas están contadas y sería un milagro si el bueno de Pepe llega al sábado si el miércoles no gana. El partido ante el Cartagena es un match ball claro en contra que debe salvar al servicio Gomes. Lo normal es que la cosa no cambie, siga mal y no haya milagro. Sería una pena. Por otro lado, si hubiera magia y victoria, encadenada con otra el sábado y sumada a la inicial en Lugo, daría el oxígeno necesario a técnico, jugadores, aficionados y directivos. Ufff. En meses de respirar con mascarilla, de tomar aire para dentro y sentir alivio en la intimidad de las paredes del hogar o la terraza de un bar, qué bien sentarían tres días de alegrías futboleras en un entorno que no parece dejar entrar aire renovado.

Y a veces hay que ventilar, con más motivo en estos tiempos en los que lo primero siempre es antes.

Y en estas dice Pepe que esto no es un sprint. Ya. No pero sí. En un mundo perfecto, donde nos dejaran tiempo suficiente para trabajar hasta conseguir la excelencia, su discurso lo compraría. Pero no pasa en los banquillos ni en las aulas, donde las ratios tampoco son aún las ideales desde el punto de vista educativo o sanitario. Como se lo tome en plan carrera de fondo la soledad puede llegarle antes de lo que cantan gol en Cartagena. O esprinta y se reengancha o esto se ha acabado. Aprieta los huevos, Pepe.

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