La tapia con sifón

Acerca de los aperitivos

Suelo tomar un aperitivo los domingos, escudado en los periódicos para disimular la observación del paisanaje

"Metafísica del aperitivo" es el título de un precioso librito de Stéphan Lévy-Kuentz, (Ed. Periférica, 2022) en el que el narrador/autor plasma sus reflexiones durante la hora y pico que le dura el aperitivo, antes de cenar, en una terraza de París. Un detalle accesorio es la variedad de aperitivos que toman los franceses: pastis, cerveza de trigo, kir, oporto, whisky, vermú, mojito, picón, vinos…No aparecen en la lista el jerez ni el Campari, dos excelentes aperitivos. Sus reflexiones tienen un cierto paralelismo con las de un "flaneur", pero desde un observatorio estático en vez de paseante. El narrador toma el aperitivo solo, invoca a Pessoa: "la libertad es la posibilidad de aislarse", y añade que lo primero es "encontrar un puesto de observación idóneo", ya que la riqueza de observaciones depende de la idoneidad del observatorio.

Suelo tomar un aperitivo los domingos a mediodía, escudado en los periódicos para disimular la observación del paisanaje, en unos cuantos puestos establecidos. Pocos, porque muchos cierran los domingos y algunos podrían ser idóneos, como el Quiosco Amalia. Otro condicionante es que mi aperitivo favorito es el campari soda, y quedan muy pocos que lo sirvan. Mi primer emplazamiento fue la Parrilla Colón, cuando tenía mesas en los jardines de la plaza, que no era peatonal. La mesa junto a la ventana del bar del Hotel Catedral es un estupendo observatorio -interior y exterior- aunque últimamente le falta Campari algún domingo, igual que a La Plazuela, una interesante encrucijada de calles, bares y personas. Mantienen el tipo dos locales del Paseo: Coimbra, un buen puesto con vistas a la Puerta de Purchena y a medio Paseo. El otro medio se domina desde la terraza de la Parrilla Pasaje, que tiene para mí un atractivo añadido: pido unas patatas fritas y recuerdo las que ponían poco más abajo en la Cervecería Madrileña, fritas por ellos mismos, allá por los cincuenta. Y los cacahuetes tostados con cáscara y sal gorda que vendía el desaparecido Fernando, entonces un niño poco mayor que yo. Porque un aperitivo debe abrir el apetito, no colmarlo. O sea, una copa y muy poco de comer. En el libro citado, el autor se cepilla tres copas de tinto con unos pocos cacahuetes y seis cigarrillos. Acaba un tanto achispado, pero el resultado literario, plagado de una erudición festiva, lo agradece.

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