Yo no he sido

Lubrín y Fiñana son como herederos del famoso Marcelino de mis años mozos. Pan y vino.

Hay dos pueblos en esta mi Almería con los que he tenido o tengo una relación especial. Cada uno en un extremo (levante y poniente). En un caso, por motivos profesionales. En otro, por razones familiares. Estos pueblos son Lubrín y Fiñana. En Fiñana estuve muchos años de docente (de donde guardo solo los buenos recuerdos, que son muchos). En Lubrin llevo otros años como agricultor más o menos profesional, más o menos aficionado, en donde he podido poner en práctica mi deseo de trabajar la tierra. Y entre ellos dos hay coincidencias, casualidades. En las dos he cultivado algo. En Fiñana trabajé las mentes y la personalidad de su gente joven. En Lubrín, una vez jubilado, estoy cultivando la tierra. Pero otra coincidencia es que los dos festejan al mismo patrón, S. Sebastián. Y en las dos imágenes hay flechas, símbolo del sufrimiento de sus gentes por salir adelante. Los dos han sido pueblos de economía agrícola de subsistencia y emisores de emigración. Pero en los dos se dan también símbolos de esperanza y alegría. En uno, en Lubrín, la fiesta del pan. En Fiñana, la fiesta es el vino, el mosto y la pólvora. Son como herederos a medias del famoso Marcelino de mis años mozos. El pan y el vino. En los dos he vivido la fiesta, y reconozco que, sin ser demasiado aficionado a las fiestas, las dos me han hechizado. Es fácil sentirse inmerso entre sus gentes como uno más de ellos, y cuando llega la fiesta, como pasará dentro de dos días, es difícil decidirse por cuál de las dos. Está claro, por tanto, que difícilmente puedo recomendar a nadie que se decida por una o por otra. Claro que también existe la posibilidad de compatibilizar. Una es más bien diurna. La otra, nocturna. Un S.Sebastián de mañana y otro de noche. Si uno quiere verlo desfilar por las calles durante el día, venga primero a Lubrín. Tendrá un recorrido breve pero lento recibiendo desde las ventanas de las cámaras una lluvia de roscos "del santo", y, luego, participar en el ágape libre de las mesas donde se dan la mano el pan, el ajoblanco y las anchoas incluso baile. Y después, si ha conseguido no beber mucho, ponga proa a Fiñana. La procesión nocturna, un poco más larga y jalonada de cohetes y remojada con mosto, le harán esponjarse el ánimo y, si tiene suerte, podrá comer zaramandonia. Esto dura mucho, así que vaya dispuesto a disfrutar. No es mal plan para el próximo sábado, ¿no?. Me gusta tanto que lo mismo me embarco.

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