La cuarta pared

Carros de fuego

Una ocasión para explorar nuevas formas de hacer ciudad, y de generar arquitectura

Año bisiesto otra vez. Un día más en el calendario para recuperar esas 6 horas de desfase que la tierra arrastra cada año en su revolución elíptica alrededor del astro rey y un verano más en el que una afortunada ciudad del mundo se pone sus mejores galas para reinventarse, renacer y presentarse al mundo con aires renovados. Año olímpico. Unas semanas de paréntesis en el frenético devenir de la humanidad, en el que guerras, conflictos, disputas y desequilibrios han de dejar paso a los ideales de fraternidad, concordia y humanidad que el barón de Coubertin promulgó con la reinstauración de los juegos olímpicos de la era moderna. Desde su primera edición en 1896, se han venido celebrando de forma ininterrumpida salvo por las ediciones de 1916, 1940 y 1944, a causa de las dos grandes guerras mundiales.

Apenas unas semanas de despliegue mediático total para mostrar al mundo décadas de esfuerzo y trabajo duro que en la mayor parte de las ocasiones pasarán al olvido salvo para aquellos afortunados ciudadanos anfitriones que se beneficiarán del acierto de sus gestores, si es que fueron capaces de aprovechar la ocasión con visión a largo plazo. Obviamente lo primordial es el evento deportivo. La sana rivalidad entre naciones por copar puestos en el medallero. Ese orgullo y felicidad extrema que se siente cuando anuncian que esta tarde nos jugamos una medalla de bronce en tiro con arco. Pero unos juegos olímpicos son mucho más que eso. Son un auténtico laboratorio y campo de pruebas para poner en práctica los últimos avances en logística, comunicación audiovisual, transporte, gestión poblacional o tecnología en general. Son también una ocasión de explorar nuevas formas de hacer ciudad, y de generar arquitectura.

Y aquí nos encontramos con ejemplos en los dos extremos. Experiencias fracasadas por fallos en la gestión, errores de previsión o falta de pulmón, como pudieran ser los fiascos de las olimpiadas de Atlanta en 1996 o Atenas en 2004 o casos paradigmáticos como las mágicas Olimpiadas de Barcelona de 1992.

La transformación urbana que experimentó Barcelona, gracias al impulso eficaz del conjunto de administraciones que se volcaron en la organización del evento, sumado a la audacia y visión de futuro que tuvieron los urbanistas, arquitectos y directores del plan de la villa olímpica hicieron renacer a la ciudad que hoy en día es conocida y reconocida en todo el mundo. Este año le toca a París, por tercera vez… Veremos qué tal le ha ido y con qué nos sorprende esta veterana.

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