Cenizas viajeras

¿Para qué meterse en gastos y distraer recursos en lo que no tenía remedio

Uno de nuestros innumerables parientes (recuerden que somos tres y de largas familias) tenía su madre en una residencia de ancianos en Madrid, en los primeros meses de la Covid. Fue una de los siete mil y pico fallecidos en esas residencias. Para no detenernos en detalles escabrosos de tan trágicos momentos, solo contaremos el final del drama: el cadáver de su madre fue a parar a Valladolid y la familia no pudo recoger las cenizas hasta dos semanas después. Suponiendo que las cenizas fueran las suyas.

En aquellos momentos, en los hospitales madrileños murieron bastantes más viejos, pero esos casi ocho mil murieron en las propias residencias porque alguien decidió que no merecía la pena, con los agobios que había en aquellos meses, meterse en traslados, ambulancias, personal ocupado en esos menesteres, etcétera. Y encima, sabiendo que la iban a palmar de todas formas. ¿Para qué meterse en gastos y distraer recursos en lo que no tenía remedio? Eso sí, los “residentes” que tenían un seguro médico privado sí que fueron enviados a hospitales, para intentar curarlos, o al menos para que estuvieran acompañados y atendidos en su agonía, siquiera con morfina, medicamento que parece ser no había suficiente en las residencias. Dicen los que vivieron –o siquiera vieron- aquellas situaciones, que eran tan horribles que no lo olvidaran mientras vivan. Las descripciones han salido en todos los medios y no apetece repetirlas aquí, siquiera sea por la parte que nos toca: estamos mucho más cerca de que nos “archiven” en una residencia que de apuntarnos a la San Silvestre de Vallecas. El único alivio es que no vivimos en Madrid y parece que en el resto de España no ocurrió esta desgracia, que se sepa hasta ahora. Lo de Madrid se sabía pero ha saltado a la actualidad porque, a la pregunta de una diputada de la Comunidad sobre las actas en las que se reflejan aquellos sucesos y las decisiones tomadas, la presidenta Ayuso contestó que se hizo así porque “se iban a morir de todas formas”. Eso, resumiendo, ya hemos comentados algunos detalles, los menos desoladores, de aquel espanto. Pero lo peor, si es que es posible empeorar tal actitud, es el aplauso cerrado y entusiasta de sus diputados. ¿Qué aplaudían? Se ve que la RAE ha quitado del diccionario la palabra piedad.

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