A son de Mar

Inmaculada urán/ Javier Fornieles

Derecho o política

Eran tantos los admiradores del dictador que el prisionero solicitó que disminuyeran las visitas para poder descansar

En un mes de marzo, hace casi ya cien años, se decidió el destino de millones de personas. Fue en Baviera. En 1923, Hitler se dirigió con sus fuerzas paramilitares a una cervecería para tomar el poder en la región. Allí estaban reunidas las principales autoridades, que fueron retenidas hasta que prometieron colaborar con él. Hubo varios muertos, se persiguió ya a los judíos y se robaron varias entidades para obtener dinero. Pero el golpe tuvo algo de opereta y de hecho fracasó al día siguiente a pesar de contar con apoyos en la policía y en el ejército.

A los golpistas y a Hitler se les detuvo. Pero el juicio posterior le permitió convertirse en una figura popular en Alemania e internacionalmente. Pendientes de las consecuencias políticas, se decidió juzgarlo sólo por traición. El resto de los delitos -asaltar las casas de moneda o el vandalismo urbano- quedó al margen. El juicio se convirtió así en un debate político y en una tribuna perfecta para el acusado. Hitler no negó los hechos; al contrario, se reafirmó en ellos con orgullo. Y sus discursos ante el tribunal le granjearon la fama de ser un patriota, el único hombre digno, consecuente con sus ideas.

En la cárcel, Hitler tuvo un trato privilegiado. Mientras escribía Mi lucha, tuvo una celda especial, recibía regalos, los presos lo esperaban firmes en el comedor o los guardias lo saludaban con el 'heil, Hitler'. Eran tantos los admiradores que el prisionero solicitó que disminuyeran las visitas para poder descansar.

La condena fue también ridícula para la gravedad de lo sucedido. Y, además, se permitió que los condenados pudieran salir en libertad condicional a los pocos meses. A partir de ese momento, los nazis ganaron elección tras elección ante unas fuerzas de izquierda y de derecha que habían quedado por completo desprestigiadas. Algo que se había podido parar, haciendo prevalecer el derecho sobre la política, se convirtió en un cáncer que devoró a millones de personas.

La historia de cómo la democracia coquetea con quienes luego la derriban, la cuenta con detalle David King en El juicio de Adolf Hitler. No es un caso aislado ni tan lejano. Lo que ocurrió en Venezuela con otro golpista perdonado, Hugo Chávez, lo demuestra. ¿Podemos aprender algo de esto? Quizás, la única lección válida sea saber que nunca aprendemos.

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