Desayuno con diamantes

José Fernando Pérez

División

En aquel momento de la vida que teniendo el lomo empolvado del camino y habiendo sido capaz de tamañas gestas, que hacen chicas las acedías de Mutamid al Mansur, voy y descubro que la división es lo que realmente merece la pena. Dividiendo y venciendo. O lo lo que es lo mismo, repartiendo estopa a diestro y siniestro. Me dejo abandonar por ese "long way" y miro lo que no tiene fin. Sigo la línea que se tuerce y escribo con renglones torcidos, mientras el repiqueteo de la lluvia cae en estos momentos sobre la noche. Pongamos en marcha el momento divisor. Utilizo el mismo para sumar un punto más, una muesca o un motivo para tomar la decisión que ha de llegar. Queda poco. Apagada la luz que ennegrece lo que anteriormente parecía tenebroso, se derrama larga por el pasillo de la casa. Silencio de durmientes, ruido del agua, y el martilleo del bajista de Anthrax. He reptado esta noche por miles de sueños que se tornaban reales como la vida y me despertaban tembloroso. Noche de miedo que desaparece con la primera luz del alba, cuando llega. Cansado, mucho. Esperanzado también. De risas hablamos anoche. De vida y esperanza. También de ilusiones que no han de truncarse por una semana de pensamiento encerrado en una burbuja de ilusión. Viéndolo consumirse poco a poco y deseando seguir adelante, conseguimos darle forma a esa última esperanza, último cartucho que hay que disparar para acabar con la Bestia que le andaba devorando. Sonrisa franca, jovial y demasiada experimentada en las lides del dolor. Acompañado de esa mujer que lo parió. Estrechándome la mano huesuda, mirándome y agradeciéndome que estuviera allí. Honrándome él con su presencia y yo sabiendo que queda poco, que hay un rayo que podemos cabalgar para salir. Disfrutando de los momentos que le están siendo arrebatados, divide su existencia entre unos saludos, un escenario, un cuidado y una atención que me reclama. Se la doy porque creo en ello que se ha pretendido dividir. Sobraron llantos esta noche. Corrieron las lágrimas. Las mías, con el muelle flojo que tengo últimamente, y las de todos. Las de ese gigantón sentado en primera fila, y que se derrumbaba a la vez que yo humedecía mis ojos mientras la voz me temblaba. Divididos, pero juntos. Buscando cada uno su sitio y arrancando las conexiones del circuito límbico. Dominando el hemisferio derecho de todos, las emociones nos embargaron. Todos lloramos, porque aquello que pretende dividirnos, nos unía en un momento. Merece la pena dividir de esa manera y salir con un cociente positivo mientras el resto se hace cero. Todo se dio de manera que todos tuvimos un algo que decir, un mucho que aprender, y una cuestión que solucionar. Yo tuve mi rato de soledad en medio de la multitud. Él tiene su rato de multitud, en medio de la soledad. Ambos sumamos en ese momento un esfuerzo pero quien debe ganar, es él.

Vive, amigo. Mereces ello y más.

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