Dueños y esclavos del verbo

"El hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios". Expresión del filósofo Aristóteles

De todas las cosas extrañas de estos tiempos que compartimos hay una que llama poderosamente la atención, y no porque sea algo exclusivo de este momento histórico sino porque tal vez sea más notable. Huelga decir que es un factor común en nuestra sociedad y que por ello vincula a todos sus miembros. Sin más circunloquios me refiero al poder de la palabra o al peligro de la misma en esta sociedad de la información que bien podría denominarse la guerra de la información. La palabra es un arma a tener en cuenta porque se identifica con quien la usa. Sea lo que sea que uno diga es propiedad del hablante o escribiente. No existe la palabra surgida del caos, tal vez la anónima. Por otro lado si la palabra ofrece una lectura negativa, al margen de que aspire a un fin noble, esa palabra nos esclavizará porque no podremos desprendernos de la asociación con ella. En uno y otro caso, esta relación bidireccional nos hace totalmente dependientes de lo que decimos. La persona que mejor expresó esto, aunque siguiendo otra línea, fue Aristóteles cuando dijo: "El hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios". Con posterioridad surgió otra visión del problema que figura en el Nuevo Testamento: "Por medio de palabras amables y lisonjeras engañan los corazones ingenuos". Haciendo una síntesis de lo propio y lo ajeno, extraigo de estas palabras que una persona debe decidir lo que va a decir antes de hacerlo porque una mala elección puede suponer una situación negativa de la que sin duda seremos responsables. De ahí el énfasis del silencio como una opción positiva. Es más, la elección debe llevar una tasación de valores para evitar el engaño o manipulación. El uso de la palabra no puede estar exento de un apego a la moral. Al principio dije que en la actualidad esto es muy visible. Normalmente nadie piensa lo que dice y las consecuencias de ello son notables. No hay además diferencia entre la libertad de expresión y la expresión de la libertad. No existen por otro lado formación argumentativa ni ética en el uso del lenguaje. Parece que el ejercicio lingüístico, más allá de lo gramatical sigue un comportamiento caótico. Y sin duda hace dueño y esclavo al hablante. En muchos casos delata, creo, su mediocridad, sobre todo en el caso de las redes sociales donde las palabras parecen perdidas o desviadas. Y eso es todo: un mar de letras desbocado.

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