De Reojo

José MARÍA Requena Company

Elogio al infinito

Los libros son el transmisor más poderoso de la cultura a través de ese infinito humano que es la memoria

H A sido una doble revelación, la lectura de «El infinito en un junco», de Irene Vallejo, tanto por su erudito recorrido desde el origen de los signos ideográficos, el alfabeto y luego los libros, como por el feliz hallazgo de una pluma de alta gama de la que cabe esperar no pocos gozos literarios. El expresivo subtítulo de la obra «La invención de los libros en el mundo antiguo», acaso se quede corto, porque su contenido, ofrece curiosidades más allá de las historias bibliotecarias, como la de Alejandría que, tres veces renacida, acabó calcinada por talibanes de otras épocas, para calentar los baños públicos. Aunque las de Irak o Sarajevo, acabaron igual, para nada, y no hace tanto. Pero los libros resistieron para convertirse en el transmisor más poderoso de la cultura a través de ese infinito humano que es la memoria, esa cualidad, hay quien la llama sustancia acumulativa, que nos hace humanos, que enreda nuestros sueños, que nos confiere identidad y da sentido a lo que llamamos la vida: sin ella, carecemos hasta de la consciencia de existir. Una memoria que los libros garantizaron desde que nacieron, hace miles de años, contada aquí a través de los grandes hitos que solazan su historia: los primeros clásicos, el invento del bolígrafo o de las gafas para leer o cómo se afianzó la encuadernación, trufado todo ello con curiosas digresiones: desde la venta de Platón como esclavo, el misterio de la (in)existencia de Homero o la publicidad navideña en Roma. Y es que estoy hablando de un ensayo, sí, pero escrito amorosamente, como una ofrenda apasionada al instrumento que antes y mejor que cualquier otro medio expresivo o pedagógico le dio carta de infinitud a la palabra, a la transmisión de la idea y la imaginación personal o colectiva, catapultando su porte evocativo más allá de los tiempos, de las fronteras y las lenguas. Algo inaccesible a la tradición oral. Aunque su lectura no esté exenta de aludir a paradojas, como que hoy haya más escritores y lectores que nunca, si no leyendo al menos twitteando, o que en Internet se ofrezcan todas las grandes obras de la humanidad, gratis, a golpe de teclado y sin embargo parezca excéntrico conocer a quien haya leído mil, no digamos dos mil, libros en su vida. Aunque vivamos más años que nunca. Repase su memoria, y si los supera, enhorabuena. Un elogio al infinito literario, en fin, que celebro y reconvierto en un homenaje a su autora.

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