Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

Irresponsabilidad de los jóvenes

El verano huele a fiesta mayor y feria, con sus bares abarrotados, sus desfiles, sus santos en honor de los que se celebran y, desde luego, la inevitable despedida en forma de traca final. En las noche estrelladas sube alto, tan alto, un cohete que parece inagotable. Pero siempre termina por explotar y desparramar sus luces entre el cielo negro, antes de desaparecer hasta el año siguiente. La quinta ola de COVID ha llegado en forma de cohete estival. Después de tanta fiesta aplazada, la verbena pandémica sube, y sube, y vuelve a subir más. Veremos cuando rompe de una vez y hasta qué altura llega. Mientras tanto, vuelve la incertidumbre, con un plus de cansancio, mucho cansancio, ya acumulado. Entre tanto, se alimenta la firmísima convicción de que los jóvenes son los maestros pirotécnicos de esta última verbena sanitaria. Irresponsables pertinaces, insolidarias sin redención, desprecian la situación y lo complican todo. Para eso están las estadísticas que no vacilan y apuntan sin dudarlo en esa dirección. Solo que debajo de las alfombras de los números también hay retales de realidad que tampoco conviene perder de vista. Desde luego, no son muy edificantes las imágenes de los macro-botellones, semana tras semana, los tumultos y las aglomeraciones que parecen casi un ritual provocador. Solo que hay una parte que no me termina de encajar en esa ecuación que iguala la quinta ola a irresponsabilidad juvenil. Puede que una parte de ellos sea, en efecto, imprudente e insolidaria. Pero, en cualquier caso, todos son el producto que ha fabricado una sociedad con procedimientos y modelos nada edificantes. Porque han crecido entre un sistema educativo tan laxo y vano que ni necesitan aprobar para superar el bachillerato. Porque hemos conseguido que se minusvaloren pertinazmente las figuras de los docentes o de los sanitarios. Porque los hemos hecho crecer entre un maná continuo que parecía consustancial, en el que todo lo que pasaba por sus cabezas estaba en la mano a los pocos instantes. Porque hemos consentido que los alienen, los manipulen o los droguen con impunidad tolerada, como si todo eso fuera inocuo y luego no presentara facturas lacerantes. Porque se ven dirigidos por líderes demagógicos y escasamente virtuosos, expertos en discusiones vacuas que no aportan soluciones solventes. Porque ha sido una irresponsabilidad impulsar el estado de optimismo pandémico, sin mayores matices ni prevenciones. Porque viven entre pillos sociales que suelen no rendir cuentas de las tropelías que cometen. Porque tampoco es que tenga sentido esforzarse en una formación que, en el mejor de los supuestos los conduce a un trabajo precario, a la emigración o al paro. Porque saben que, en el fondo, trasladarles a ellos la carga de la irresponsabilidad es una forma de no asumir los errores cometidos. Con ese panorama, ¿cómo quieren que sean responsables?¿en quién se van a mirar?

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