En general, parece mayoritaria la opinión de que los robots y demás ingenios electrónicos tendrán -al menos en una primera fase- un efecto muy negativo sobre empleo. Un estudio de la Universidad de Oxford, por ejemplo, sostiene que, en un intervalo de 10 a 20 años, el 47% de los trabajos serán realizados por máquinas. Igualmente, y con referencia a nuestro país, La Caixa subraya que el 43% de las labores ahora existentes sufren un elevado riesgo de poder ser automatizadas a medio plazo. Esta realidad incipiente, visible ya en sectores como la banca, la industria o buena parte del comercio, atrae una consecuencia inmediata: en la medida en que tales artefactos no pagan cotizaciones sociales ni impuestos, se agrava la dificultad de financiar la Seguridad Social y, por ende, de mantener el actual sistema de pensiones.

Ante tal dinámica de profundos y esenciales cambios, han surgido voces preocupadas que reclaman algún tipo de intervención correctora. Como señalaba el pasado febrero el Pacto de Toledo, si la revolución tecnológica implica un incremento de la productividad, pero no necesariamente un aumento del empleo, el reto pasa por encontrar mecanismos innovadores que suplan los ingresos perdidos por el sistema. En ese mismo sentido, pueden citarse opiniones autorizadas como las del Parlamento Europeo o el Foro de Davos.

La solución presuntamente más simple consiste en que los robots coticen: si la máquina sustituye al hombre, nada más lógico que hacer que aquélla contribuya de modo sensiblemente semejante a éste. Eso presenta, sin embargo, importantes dificultades. La primera apunta al hecho de que no siempre resulta incuestionable la ecuación según la cual "a mayor número de robots, mayor productividad y, al cabo, mayor beneficio empresarial". Son pensables supuestos en los que la robótica aporta sólo beneficios indirectos (precisión principalmente), pero no mayores ganancias. Junto a ello, en segundo lugar, surge de inmediato la cuestión -y mucho más si de ella derivan obligaciones contributivas- de definir qué es un robot. Habrá pues que hallar una noción pacífica como paso previo a la imposición de deberes fiscales. Más tarde, y sería el tercer obstáculo, deberíamos decidir si dotamos a estas artefactos contribuyentes de una especie de 'personalidad electrónica', lo que desde luego es ampliamente rechazado. Pero de esto, y de otras variables del desafío, me ocuparé el próximo domingo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios