Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

Solidaridad con Polonia

Retumbaronn hasta los cimientos de la sede gubernamental polaca, su Kancelaria Rady Ministrów, en la Aleje Ujazdowskie de Varosvia. La onda expansiva incluso alteró las aguas del lago en el Parque Lazienki que, por un momento, llegaron a inundar el imponente perfil neoclásico del Palac na Wyspie. Mateusz Morawiecki, jefe del gobierno polaco, estaba tan indignado que de inmediato puso la maquinaria diplomática en acción. Arkadiusz Mularczyk, viceministro de exteriores, no se anduvo con rodeos. El monumental enojo gubernamental, el de toda Polonia, fue una reacción, tan inevitable como legítima, a la ocurrencia ucraniana de honrar oficialmente la memoria de Stepán Bandera, incluida la participación de su parlamento, para conmemorar su nacimiento.

Las relaciones de vecindad, ciertamente, suelen ser delicadas. Pasa en la Península Ibérica, entre Bélgica y Francia o entre Argentina y Chile. De Alemania mejor no recordar que de vez en cuando invade todo lo que tiene alrededor. Los ejemplos podrían multiplicarse casi indefinidamente, es un universal. Pero lo de Ucrania ha rebasado todos los límites. Bandera fue el ideólogo del nacionalismo ucraniano durante el período nazi. Entre otras monstruosidades, dirigió la limpieza étnica en Ucrania, lo que supuso la muerte de unos 500 mil polacos en suelo ucraniano. En Volinia, el epicentro de la barbarie, más de 60 mil personas sucumbieron al horror orquestado por Bandera, cuya eficiencia fue tal que los escasos supervivientes se trasladaron a la ciudad polaca de Lublin. Hoy no queda ningún ciudadano de esa procedencia en Ucrania.

Para empezar, la ocurrencia de Zelenski y los suyos es, como mínimo, indecorosa. Hace tan solo unos meses los polacos acogieron generosamente a los refugiados ucranianos. En ningún otro sitio han recibido ni más apoyo y ni más solidaridad. Pagarles con la moneda de Bandera se me antoja una ingratitud mayúscula. Para continuar plantea serias dudas acerca de cómo entiende Ucrania el espacio político al que pretende integrarse. Esas credenciales históricas, el nazismo y el genocidio, no deberían tener cabida en Bruselas, menos esgrimidas ante un país con el que se comparte frontera. Al final, en una paradoja lúgubre, Zelenski parece empeñado en reforzar los argumentos de Putin. Antes integraron al Batallón Azov en sus fuerzas regulares, con esvástica incluida, ahora glorifican a Bandera… Por último, me inquieta profundamente el silencio europeo frente al homenaje a un genocida nazi. ¿Ha vuelto a normalizarse el fascismo en Europa? ¿Se ha olvidado la tremenda lección histórica?

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