De Reojo

José María Requena Company

El dilema del acatamiento

En todo caso las acato y acataré, a pesar de su precariedad, por elemental deber cívico

Apesar de la solvencia científica tan incierta que lo inspira (¿cómo confiar mi salud a quien no supo guardar la suya propia?... ¿Y nadie dimite, Fernando?) el confinamiento se confirma como un medio eficaz para atajar el Covid, aunque su aplicación indiscriminada no esté exenta de paradojas o incoherencia. Porque, aun dejando aparcado el cuándo se acordó, lo cierto es que el cómo se decretó el mismo, está generando disfunciones prácticas sin sentido. Me refiero a cierto tipo de reglas preventivas que desafían a la razón, a la racional y a la "razón-de-ser" de la medida misma, más allá del tan denostado agravio entre los perros que campan, mientras los niños se neurotizan en casa. Acaso porque se le dé más valor al "ordeno y mando, porque lo valgo" (léase: porque tengo el BOE) que a instruir a una población que alcanzaría más eficacia higiénica con mejor información que con malas leyes. Y aquí poco se informó pero sí se decretó, a bulto, el cierre tanto de lugares saturados como de zonas poco transitadas; y no, no es igual andar por Madrid, que por Almería. Ni es fácil adivinar por qué atenta contra la salud pública, quien va desde su casa a una segunda residencia, si lo hace sin rozarse ni interactuar con nadie: que se puede. O qué riesgo colectivo añade el corredor solitario con respecto al gentío en cola ante un comercio. Por no mentar, aunque sí, lo mentaré, a esos alcaldes que cierran el acceso al pueblo en vez de denunciar a quien actúe de forma ilegal: son reacciones ofuscadas, infectas de otro virus tan virulento como es el miedo. Son medidas, en fin, y solo cito algunas, que no es fácil justificar que sirvan para conjurar la pandemia. Ni faltan criterios científicos ni ejemplos de otros países que lo confirmen. Y aquí llego adonde quería ir: al síndrome de la ley pifiada, por generalista, y al dilema de acatarla cuando hay razones evidentes para discrepar de su bonanza, ya por carencias técnico legislativas, o porque nacen con serias lagunas para cumplir su función preventiva. Lo que nos coloca ante el dilema de cumplir con silente docilidad y a pies juntillas todas sus previsiones o de avisar sobre las posibles deficiencias del aislamiento por creerlas ilógicas o desproporcionadas con el mal combatido. En todo caso las acato y acataré, a pesar de su precariedad, por elemental deber cívico, sin perjuicio de que las objete en el iluso ánimo de mejorarlas. Pero, ¡cá!

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