Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

El filtro

El problema radica en que esa sobreabundancia informativa se ha construido desde un paradigma postmoderno

Nunca como hasta ahora la humanidad ha dispuesto de tanta, y tan diversificada, cantidad de información. Recibimos mensajes escritos, en papel y en formato electrónico, desde instancias oficiales, empresas, grupos alternativos o particulares. Tenemos acceso ilimitado a audios, imágenes, vídeos.

Hace apenas un siglo, solo los alfabetos tenían acceso a un tránsito amplio y cualificado de información. De hecho, ese era uno de los grandes objetivos sociales de los movimientos revolucionarios. Enseñar a leer y a escribir equivalía a suministrar la herramienta mediante la que poder informarse, conocer la realidad y liberarse de sus ataduras. Esa encomienda, por ejemplo, formó parte de la doctrina social de la II República Española. O, por extenderse en el tiempo, son míticos los cursos de alfabetización que ordenó el Ché Guevara para su tropa. Hoy no hay restricciones de acceso a la información, prácticamente en ningún sentido. Cualquiera puede recibir toda clase de mensajes (por eso es masificada) y, al mismo tiempo, cualquiera puede emitirlos (por eso es masiva).

El problema fundamental radica en que esa sobreabundancia informativa se ha construido desde un paradigma postmoderno, sin un eje vertebrador, asumiendo que todo es admisible y que su valoración depende de cada cual. De esa manera, la comunicación actual parece haber alcanzado una suerte de perfección democrática ideal que, en el fondo, arrastra una enorme demagogia. En ese supuesto escenario idílico de libre circulación informativa, conviven en horizontal, de manera indiscriminada, el juicio del experto y la charlatanería del tertuliano, la noticia periodística contrastada con el rumor infundado inoculado en las redes, cuando no con la tergiversación consciente de los hechos. Tienen la misma credibilidad los canales oficiales que los foros de filiación desconocida, las fraternidades reales y las meramente virtuales entre personas que nunca se han visto físicamente.

El resultado de todo ello es que estamos indefensos ante una legión de mensajes que merodean casi sin descanso. Por paradójico que pueda resultar, la humanidad nunca ha dispuesto de tanta información para estar más desinformada y manipulada que en ningún otro tiempo. Es una cuestión de mera supervivencia mental. Precisamos con urgencia un filtro que nos permita esquivar la postmodernidad, para establecer un eje vertical y jerárquico, para discriminar la información con fundamento de la mera quincalla comunicativa.

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