Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Las flaquezas

Lo peor de la democracia es su tendencia a defraudarnos. Una tendencia tan vieja como la misma democracia

Los antiguos atenienses que condenaron a muerte a Sócrates por corromper a los jóvenes con sus ideas no eran partidarios de la tiranía, sino fervientes demócratas. Como respuesta, un tanto a modo de desahogo (sí, también los filósofos escriben a veces arremangándose, os vais a enterar), el primer discípulo del ajusticiado, Platón, consagró buena parte de La República a describir el que a su juicio sería el Estado perfecto; y se trataba, ciertamente, de un modelo autoritario, que dejaba el poder en manos de jueces tiránicos y en el que la democracia, como la poesía, quedaba debidamente descartada. Más tarde, un discípulo de Platón, Aristóteles, demostró que había aprendido bien la lección al incidir en la apuesta por una dictadura de censores; la diferencia es que el de Estagira tuvo la oportunidad de poner en práctica sus teorías a través de la instrucción de Alejandro Magno, a quien recomendó que se comportara como un déspota sin escrúpulos con los pueblos bárbaros conquistados (el rey macedonio no se tomó la lección al pie de la letra, pero ése es otro cantar). Siglos más tarde, Séneca, padre del humanismo, vertió una mancha notable en su curriculum con su pedagogía dirigida a otro emperador, Nerón, cuyos frutos son bien conocidos. Lo peor de la democracia es, ya ven, su tendencia a defraudarnos.

Y esta tendencia, bien lo supo Sócrates mientras apuraba la cicuta, es tan vieja como la misma democracia. Su flaqueza, su incapacidad de dar respuestas a todas las preguntas, entristece y desespera. España tiene ahora su particular decepción en Cataluña, donde todo el que ha podido hacer algo mal, lo mismo en Barcelona que en Madrid, lo ha hecho. Los independentistas apelan a la democracia para vulnerarla, corromper sus leyes y aprovechar el conflicto consiguiente para su beneficio con cara de yo no he sido, exactamente igual que los viejos atenienses que decían actuar para proteger a los jóvenes expuestos a ideas discutibles; entre los contrarios al independentismo crecen las voces que, ante la escalada de violencia y despropósitos, sintiéndose desprotegidas, piden ocupación y mano dura, olvidando tal vez que, aunque la democracia contempla métodos contundentes para su supervivencia, relega los mismos ante la posibilidad de la negociación y el acuerdo, posibilidad a la que, para ser honestos, aquí ni siquiera se le ha dado la oportunidad.

Es fácil comprender a Platón, la tentación de pedir orden y mandar a hacer gárgaras una democracia incapaz. La diferencia es que nosotros conocemos bien cuál es la alternativa. Y esta flaqueza es preferible.

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