Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

De un país naúfrago en medio del oleaje

Lo que nunca me hubiera imaginado es que la díada del Chomsky lingüista iba a servir para observar la realidad social

Noam Chomsky ha sido una de las grandes referencias científicas e intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, a pesar de las evidentes paradojas que muestra el conjunto de su contribución, prolífica y diversificada. El Chomsky intelectual se ha caracterizado por desplegar una aguda y afilada crítica social. Ha sido uno de los observadores más rigurosos del mundo en el que ha vivido y, en particular, de la sociedad estadounidense, a la que no ha cesado de cuestionar desde la Guerra del Vietnam. Esa abierta oposición al poder establecido no ha discutido su estatus como auténtico icono del M.I.T., la gran referencia científica de EE. UU., lo que no deja de ser una lección de democracia cotidiana, dicho sea de paso. Como científico, por el contrario, se ha desentendido, no ya de la sociedad, sino incluso de la realidad en sí misma. Su Gramática Generativo-Transformacional (GGT), por resumirla sucintamente, constituye un conjunto de apriorismos indemostrables, que descansan en la convicción de que existe un motor del lenguaje en la interioridad recóndita de nuestra mente. Ese motor es la estructura profunda, frente a nuestro desempeño de las lenguas que se correspondería con la superficial. La pequeña cuestión pendiente es que esa brillante correlación es indemostrable; más aún, Chomsky finalmente renuncia a ello, alegando que como mucho solo podemos acceder a las huellas de las profundidades lingüísticas. Llegados a este punto, suelo decir a mis alumnos que Chomsky pasa a formar parte de los grandes profetas de la humanidad: es cuestión de fe, creer (o no) en las estructuras profundas, pero no de ciencia.

Lo que nunca me hubiera imaginado es que la díada del Chomsky lingüista iba a servir para observar la realidad social. Resulta que la tercera ola de Covid-19 va camino de convertirse en maremoto pandémico, que los sanitarios ya transitan al límite, que las comunidades autónomas piden nuevos confinamientos, que los científicos corroboran esa urgencia y que, por lo demás, es el camino que han seguido otros dirigentes europeos en situación análoga. Sin embargo, el gobierno de España persiste en su hoja de ruta, a pesar de su evidente insuficiencia y en contra de su (teórica) voluntad de ceder el protagonismo a las autonomías. En superficie no lo logro entender; debe haber una razón abisal e incomprensible. En este caso es imperativo creer en ella, porque de lo contrario habrá que asumir que el caos se ha apoderado de este país, náufrago a merced del temporal pandémico.

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