En 2016 se produjeron varias inundaciones en la ciudad de Londres. Esto motivó un gran debate social que criticaba los cambios urbanos recientes: un nuevo diseño de plazas y espacios públicos suprimiendo la vegetación y realizando superficies duras, totalmente pavimentadas e impermeables.

La morfología de las ciudades propicia el sellado de sus suelos. Las propias edificaciones ocupan del orden del 70% de la superficie, lo cual, unido a calzadas y aceras, crea una barrera a las aguas de lluvia obligándolas a circular en superficie y a recogerlas, en el mejor de los casos, en rejillas que las canalizan al alcantarillado, con el consiguiente problema de saturación de las depuradoras. Pero en el caso de precipitaciones torrenciales, habituales en nuestra zona, las consecuencias son peores, al provocar riadas por las calles e inundaciones generalizadas.

Estos efectos pueden limitarse, e incluso evitarse, con una adecuada política medioambiental, que se fundamenta en una distribución uniforme de grandes zonas verdes, ajardinamiento de espacios libres, un tratamiento adecuado en la pavimentación e implantación de arbolado en plazas y calles, favoreciendo con todo ello la infiltración de aguas al terreno. A modo de ejemplo, un árbol de porte medio puede almacenar de 5 a 11 m³ de agua en el subsuelo y favorecer la recarga de acuíferos.

Estamos obligados a adaptar nuestra ciudad a un nuevo paradigma de altas temperaturas, lluvias torrenciales y sequías prolongadas como consecuencia del cambio climático. Las predicciones apuntan a que tendremos un clima similar al actual de los Países del Golfo. Si analizamos las diversas plazas de nuestra ciudad ¿En cuantas dejarían a sus niños jugar sin miedo a que se achicharren? (Menos mal que se ha conseguido salvar los arboles de la Plaza Vieja)

Y la mejor adaptación, la más barata y eficiente, es utilizar la naturaleza a nuestro favor, incorporando la vegetación en todo el espacio público, en grandes zonas verdes, en plazas y calles o en rotondas. Y por otro lado, cambiar la moda de ‘alicatar’ los suelos por otra forma de pavimentación, tanto en materiales como en forma de colocación que, además de permitir la permeabilidad, son más fáciles de reparar y reponer. Implantar estos cambios requiere de una planificación previa y del estudio de las condiciones actuales, pero también de una puesta en práctica lo antes posible, puesto que se necesita tiempo para comprobar sus efectos. Les puedo asegurar que podemos empezar inmediatamente y hacer muchas cosas, siempre que se tenga voluntad y sensibilidad, eso sí.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios