El tomate y Almería

13 de junio 2024 - 00:00

Cuando el viajero llega a nuestra ciudad en avión, se encuentra en una de las rotondas de la autovía del aeropuerto y los que vienen en barco o en coche por la carretera de la costa en la Plaza de las Velas, sendos letreros grandes y llamativos donde se puede leer en inglés “Me gusta Almería” pero con la particularidad de que el corazón ha sido sustituido por un tomate rojo. Es un aviso de que el terreno que pisamos, otrora estéril, es ahora el paraíso de las hortalizas, donde figura en un puesto destacado el tomate.

Almería no es la provincia de España que produce más tomates. La primera productora de tomates en España es Badajoz, concretamente en la zona del Bajo Guadiana. Almería es el segundo productor en número de toneladas, seguido del Valle del Ebro; pero la gran ventaja de nuestros tomates es que maduran en pleno invierno, cuando no hay tomates en el resto de Europa, salvo en algunas zonas de países del Mediterráneo, con clima parecido al nuestro. Son tomates fruta para consumir generalmente crudos. La producción en los lugares citados es casi exclusivamente para la industria conservera. Nuestros jóvenes y no tan jóvenes no conciben comerse una salchicha, hamburguesa o patatas fritas sin un buen chorreón de kepchu, que al fin y al cabo es tomate, bastante disfrazado, pero tomate.

La fruta tomate, porque el tomate no es una verdura, sino una fruta, le costó siglos entrar en nuestras cocinas y en nuestra cultura y ahora no se concibe un menú en el que no aparezca el tomate en cualquiera de sus modalidades. El tomate es originario de la ladera occidental de los Andes; algunos historiadores concretan más y lo sitúan en Perú. Con el paso de los siglos la planta llegó a Méjico. En ninguno de los casos se pueden dar fechas concretas. Los aztecas lo conocían como xictomatl, palabra difícil de pronunciar, por lo que los españoles rápidamente le empezaron a llamar simplemente tomate; parece ser que la palabreja significaba fruto con ombligo, por la concavidad que tienen los tomates donde se une el cáliz con la fruta. De lo que si hay documentos, es de su llegada a España en el siglo XVI, traído por los conquistadores tras la conquista de Méjico por Hernán Cortés. Bernal Díaz del Castillo, cronista de Hernán Cortés escribió “es un manjar con el que les obsequió Moctezuma a su llegada a la capital Tenochtitlan”. Posiblemente las primeras plantas o semillas de tomate que llegaron a España, lo hicieron por Sevilla y debió ser sobre 1540 y luego desde allí se extendieron por todos los países europeos.

Con los años el tomate pasó a Filipinas y desde allí se extendió por toda Asia. El que el tomate llegara a Europa, no quiere decir que se empezase a consumir inmediatamente, a pesar de las alabanzas de Díaz del Castillo. Los indios de América lo utilizaban en sus guisos machacados, proporcionándoles a los mismos un sabor un tanto ácido y cuando estaban maduros los tiraban porque ya se ponían blandos. En Europa empezaron a cultivarse en jardines botánicos, en las huertas de los monasterios y en jardines públicos como planta curiosa, rara incluso y ornamental por los colores llamativos de sus frutos. Durante muchos años se consideró la tomatera como una planta venenosa o al menos tóxica. Un herborista holandés cita la planta como afrodisiaca, tal vez por eso se le llamó “pomme d’ amour” A finales del siglo XVII se le empezó a perder el miedo y empezó a utilizarse como salsa. En una receta europea de 1692 aparece con el nombre de “salsa de tomate al estilo español” cuando ya llevaba dos siglos y medio creciendo en nuestros huertos.

Mi amigo Juan José, gallego de nacimiento y almeriense de adopción, me comenta con frecuencia que durante su niñez el tomate en Galicia apenas se consumía, que él empezó a comerlo casi en los años 70, cuando aterrizó en Almería. La gran difusión del tomate, berenjenas y otras hortalizas se deben al turismo y a las grandes superficies comerciales.

A mediados del siglo pasado en el Campo de Dalías empezaron a plantarse tomates, protegidos de los vientos por empalizadas de cañas, con lo que la recolección de la fruta se adelantaba bastante. Poco después se empezaron a cubrir estas plantaciones con plásticos. Se acababan de levantar los primeros invernaderos en Almería. A todo esto no fueron ajenos los israelitas, que nos enseñaron a aprovechar el agua, desterrando el riego a manta e introduciendo el riego por goteo. Sí, fueron los israelitas no los de hamas, ni los talibanes, ni los yihadistas ni ninguno de esos nuevos amigos que nuestro Presidente Sánchez nos acaba de imponer, los que aportaron las nuevas tecnologías a nuestra agricultura. Estas nuevas técnicas pioneras en Almería fueron la base del desarrollo de unas tierras que en tres cuartos de siglo han pasado de ser desérticas a ser la huerta de Europa.

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