Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Bárcenas siempre llama dos veces

Lo que no sabía tampoco don Mariano era que Bárcenas, sin ser portero del Palace, ni del Ritz, ni del Villa Magna, ni del Wellington, ni del Hospes, siempre llama dos veces

Bárcenas siempre llama dos veces Bárcenas siempre llama dos veces

Bárcenas siempre llama dos veces

Con su pelo recio y sus patillas canosas, su mirada chulesca y sus ademanes de suficiencia, el ex tesorero del partido, entre Vox y Ciudadanos, se asemeja a un portero de hotel de cinco estrellas, con el abrigo con botones en línea de geometría y teorema, el sombrero de copa alta, la corbata de color rojo, los zapatos con cordones y abrillantados y, según los días y el calendario, la gorra de capitán de yate. Y, otras veces, con los trajes de sastre y color gris, pañuelo y corte de pelo de barbería de la Latina: tertulia y personajes de Baroja y Umbral, Valle-Inclán y Camba. Pero las preguntas, hasta ahora silenciosas, bajan por las escaleras de la plaza Mayor, en dirección a la calle Arenal, para ir a la búsqueda de las páginas literarias de la Montera, donde las esquinas huelen a memoria y a Olivetti, a pintalabios de las prostitutas y a café, a estilográfica y a cuartilla amarillenta. ¿Le vienen bien las chaquetas y los pantalones del personaje a Rajoy, don Mariano, con su barba y sus gafas de greguería y chiste de Juan y Medio, pasodoble y tango, en la plaza de santa Ana, allá por san Isidro Labrador? ¿Y a Aznar, don José María, deporte de élite y prosa de grupo fónico, en una tarjeta, caligrafiada en la barra de una taberna de la cuesta de santo Domingo? ¿Es Bárcenas Luis el Cabrón o la versión exhortativa de entonación ascendente y descendente de «Luis, lo entiendo. Sé fuerte. Mañana te llamaré. Un abrazo», con el vocativo a medio camino, entre los papeles y el museo del jamón?

Bárcenas, que, cuando se baja de los taxis, se asemeja al Burt Lancaster de Los que no perdonan, a pesar de que en su reparto no estén ni Audrey Hepburn, ni Audie Murphy, amenaza, otra vez, con tirar de la manta, y pide un careo con el señor de Pontevedra, nacido en Lugo: «Quinto levanta, tira de la manta, quinto levanta, tira del mantón, que viene el sargento, ¡qué viene1, ¡qué viene!, con el cinturón». ¿Quién es el quinto y quién, el sargento? ¿Lo sabe don Mariano, chaleco de registrador de la propiedad, en el diario de los días, que desfilan por calendarios de juzgado y pandemia? Casado, con su barba de biblia y evangelio, predica, sin túnica y sin sotana, y asevera que él y su PP yeyé están libres de pecado, con Javier Maroto, de diácono y clérigo, que da la absolución entre las cortinillas y la rejilla del confesionario, pero con Bárcenas, en lugar de Ana Ozores, la Regenta, la cual seguía con Fermín de Pas y Petra, magistral de la catedral y provisor en la parroquia de Vetusta, tan alto como un actor de primer apellido, Rajoy, y de segundo, Brey.

Si Luis (supongamos que no es el Cabrón) se decide a cantar a María Dolores de Cospedal con semblante de cómico y sainete, guitarra y altavoz, la canción puede ser parecida a esta: «Ojos verdes, verdes de la albahaca/ verdes como el trigo verde/ y el verde, verde limón/. Ojos verdes, verdes/ con brillo de faca/, que se han clavado en mi corazón». Mas, para cantar a la edad de don Luis, hay que tener las gafas bien puestas y los machos bien sujetos al calzón o a la taleguilla, a la altura de las corvas. Contar la verdad tiene métrica, pero las sinalefas rotas, las rimas de los intereses creados y las cuentas corrientes en Suiza hacen que el fango sea una barca que ennegrece las aguas que siguen su curso en el ciénago de la corrupción, aun cuando el marianismo no esté ni se le espere. Entre don Luis y don Mariano caben La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón o El engaño de Charlotte Link, a modo de una antología de sms, los cuales publicó el diario El Mundo. ¡Claro! que, en lugar de Rajoy los podía haber tecleado un

disfraz, tan idéntico, tan idéntico, que pareciera un gemelo, cuyo desarrollo y gestación ocurrieron en el mismo momento en el que el extesorero los leyó. ¡Era genética y pensábamos que se trataba de un chiste de Eugenio! Lo que no sabía tampoco don Mariano era que don Luis, sin ser portero del Palace, ni del Ritz, ni del Villa Magna, ni del Wellington, ni del Hospes, siempre llama dos veces. Lo mismo que en el título de la novela negra, escrita por James M. Cain en 1934, Y, para concluir: ¿es Rajoy un emoyi de Bárcenas; o viceversa?

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