Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad

Pedro I "el Grande"

Las metáforas, desde el veintiocho de abril, van y vienen por los folios en blanco de los pactos con significante y plurisignificación gongorina

Pedro I "el Grande" Pedro I "el Grande"

Pedro I "el Grande"

Con Lo derrocaron, con malas artes, lo enterraron, estando vivo, lo mataron (en el símbolo de la metáfora), aun de forma distinta a Jesús de Nazaret, pero al tercer día resucitó. Pedro Sánchez, llamado en aquel agónico momento el Desahuciado, tuvo un par, cogió la dirección de su viejo Peugeot, tomó la guitarra eléctrica de los Beaatles y de los Rolling Stones y cantó el rock de la cárcel como Paul Newman y Miguel Ríos. Bien pronto, aprendió que hay que ser rápido como Clint Eastwood para no ser sorprendido otra vez, porque a la tercera va la vencida. Se apoyó en Begoña y derramó alguna lágrima en las sílabas de la mala leche que hay en este país de Larra y nuestro, cuando hay intereses por medio.

Fue de agrupación en agrupación y de pueblo en pueblo con su Rocinante y sabiendo que Sancho se había quijotizado y que don Quijote se había sanchificado. Recorrió veredas y caminos, leyendo a Machado y a Cernuda en los instantes en los que el día se detiene al mirar el reloj de Gary Cooper o de Zinedine Zidan, a pesar de que no sean lo mismo. Pedro I el Desahuciado pasó a llamarse Pedro I el Resucitado, cuando ganó las primarias por goleada a la reina de Triana, y Pedro I el Temerario, con el pacto Frankestein. Después de superar, ampliamente, en escaños al PP, Ciudadanos, Podemos y Vox en las elecciones del domingo, ha pasado a ser Pedro I el Grande. Va a tratar de gobernar en solitario y, si lo consigue, el pacto Frankenstein quedará en el agua mojada del pasado que no mueve molinos, por mucho que Quim Torra, el de la nariz quevediana, toque la sinfonía en las puertas del palacio de la Moncloa. Si las circunstancias lo aconsejasen, podría pactar con Podemos, dejando algunas carteras de asuntos sociales a la formación morada de Pablo Iglesias. Puesto que el gobierno de coalición con el partido de Albert Rivera e Inés Arrimadas queda descartado por unos y otros. En ese silencio borgeano de los jardines de la Moncloa, Pedro I el Grande cavila y reflexiona sobre la situación política y se regocija por el varapalo tan tremendo que ha recibido el joven Casado, con los críticos del partido de la gaviota mirando a Galicia y, en concreto, a Núñez Feijoo, que habla con los sintagmas del gesto antes que con los de la palabra. Con sabiduría cervantina y el asesoramiento de Iván Redondo, fue, con moderación y argumentos, adonde hay que ir para ganar unas elecciones generales; al centro político. Donde coincidió con Rivera. Y tanto el uno como el otro consiguieron su propósito: que el joven Casado dejara tan cotizado espacio libre para ir a la búsqueda de la derecha de la derecha, que, como se ha demostrado, ha sido un error de graves consecuencias para el presente y el futuro de este partido. González y Guerra, de la misma manera que Suárez, sabían que sin el voto moderado es muy complicado obtener unos buenos resultados. Sánchez aplicó estos principios y, por ello, será, de nuevo, presidente del Gobierno. Las metáforas, desde el veintiocho de abril, van y vienen por los folios en blanco de los pactos con significante y plurisignificación gongorina, más allá de su propio círculo con el fin de permanecer en la sintaxis de una lectura que las haga más políticas que literarias en su propio devenir. Diciendo a los cuatro vientos que quien ayer era un derrotado, ahora es un vencedor contra el pronóstico de muchos de los suyos, alarmados y preocupados hasta el límite de la esperanza. Sánchez ha jugado a ser Kennedy, Obama y él mismo. Y la jugada, con Redondo en el banquillo dando instrucciones, ha sido bien trazada y dibujada, con el socialismo sanchista moviéndose entre líneas y jugando al tiqui taca, con soltura y técnica, hasta llegar al área contraria, camino de las redes contrarias. Con buenos carrileros, como Ávalos, Sánchez logró que los rivales cayeran en el fuera de juego, yendo partido a partido como el Cholo Simeone. La política y el fútbol, una vez más, entre la lectura y el dibujo táctico. Con Sánchez, aprendiendo del disimulo rajoyano.

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