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jesús beades

La muerte de las estrellas

Pensé una vez: “No me gustará vivir en un mundo en el que no quede un Beatle vivo”, pero Paul McCartney tiene ochenta y un años y Ringo Starr ochenta y tres

La muerte de las estrellas

La muerte de las estrellas

Es un dato conocido que muchas de las estrellas que vemos en el firmamento no existen. Ya desaparecieron y lo que vemos es su luz que aún nos llega. Como la luz viaja a 300.000 km. por segundo, aproximadamente, y algunas de esas estrellas están a cientos de años-luz (es decir, que viajando a la velocidad de la luz se tardaría cientos de años en llegar), bien podrían haber desaparecido en un estallido o en una colisión de meteoritos mucho antes de que hubiera homínidos sobre la Tierra. Y sin embargo las miramos boquiabiertos, las invocamos en nuestros poemas, bajo su luz nos enamoramos o nos preguntamos por el Misterio bajo su cúpula, en una noche al raso en la montaña. Mueren y tardan mucho en morir para nosotros.

Recientemente nos ha conmovido la muerte del actor Mathew Perry a los cincuenta y cuatro años. Las redes se han inundado de vídeos de la serie Friends, donde su personaje Chandler nos hacía reír y nos llenó de emoción tantas veces. Muchos han mencionado la larga lucha del actor contra las adicciones y cómo él quería ser recordado como alguien que ayudó a otros en esa batalla, más que por la serie. Pero Mathew será siempre Chandler pese a El ala oeste de la Casa Blanca o a Studio 60 y pese a su labor humanitaria. Lo que resulta singular es la pena que muchos hemos sentido, incluso más que con la muerte de algún familiar. Sucedió otro tanto con Robin Williams. También actor cómico, melodramático, con igual problemática vital y con un final trágico. Parece que, aunque se minusvalore la comedia frente a otros géneros, al final lo que más agradecemos es que nos hayan hecho reír. Y llorar también: el último episodio de Friends lo vivimos con un nudo en la garganta. O, en el caso de Williams, esos maravillosos parlamentos de El club de los poetas muertos o El indomable Will Hunting. Y a estos dos ejemplos pueden usted sumar los de muchos otros: Carmen Sevilla, George Harrison, Sean Connery… Casi siempre músicos y actores, porque la música es responsable de una porción nada menor de la felicidad en este mundo, y el cine de otro tanto.

Por otro lado, llega un día en que te das cuenta de que aún quedan muchas despedidas por delante y que no están tan lejos. Pensé una vez: “No me gustará vivir en un mundo en el que no quede un Beatle vivo”, pero Paul McCartney tiene ochenta y un años y Ringo Starr ochenta y tres. Y Eric Clapton setenta y ocho. Así que aún me quedan lágrimas por delante y la certeza de que el mundo –mi mundo– se irá quedando vacío. En el caso de Clapton también se une la simpatía general: perdió a su hijo Connor cuando este tenía cuatro años y es además otro alcohólico rehabilitado que dedica millones y organiza un evento, el Crossroads Festival, para ayudar a personas en el mismo trance. Todo el mundo habla maravillas de él, como B.B. King cuando hizo un brindis (sin alcohol, claro) y le dijo al público: “Él ha hecho tantas, tantas cosas por tantas personas, incluyéndome a mí, que me gustaría que supierais que he estado por todo el mundo, en diferentes países por todo el planeta, he conocido a mucha gente, reyes y reinas, pero nunca he conocido a una persona mejor, más cortés, que mi amigo –me gusta llamarle amigo– Eric Clapton. Lo digo de verdad. Así que os lo digo a todos: espero vivir para siempre, pero espero que tú (dirigiéndose a él) vivas para siempre y un día. Porque odiaría estar aquí cuando te marches”. Estas palabras significan mucho para mí, entre otros motivos por causa de mi padre, que falleció en 2016. Él me enseñó a tocar la guitarra y se sabía de memoria muchas de las canciones de Clapton, incluso se le parecía en el gesto al tocar, así que Clapton siempre me recuerda a él. Cuando le regalamos el disco Unplugged (exitazo de los conciertos acústicos de la MTV, célebre por la canción Tears in Heaven, dedicada a su difunto hijo) mi padre lo grabó en cassette y se dedicó a sacar de oído todas las canciones. Cuando murió pusimos en su esquela el primer verso de Tears in Heaven: “Would you know my name if a saw you in Heaven?”. Las capas de significado y belleza se van acumulando y una canción es mucho más que una canción. Y una muerte, mucho más que una muerte.

Cuando Clapton muera –espero que dentro de mucho– será como si se muriese mi padre un poquito de nuevo. Pero la luz de su estrella seguirá llegándonos desde lejos y nos alumbrará aquí cerca. Igual que hace mi padre desde hace ocho años. Esa luz nace de Dios y existe para alumbrarnos el camino, cuando vienen las sombras.

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