Coronavirus

Un sueño frustrado en el medio oeste americano por el ‘fucking’ virus

Natalia, segunda por la izquierda, junto a tres de las hermanas de ‘the Shawn family’ el día de su llegada a USA.

Natalia, segunda por la izquierda, junto a tres de las hermanas de ‘the Shawn family’ el día de su llegada a USA.

Quien conoce Estados Unidos va a paladear esta historia como se merece, con todo el sabor que tienen las trece franjas horizontales y las cincuenta estrellas de su bandera. El país del Tío Sam, de los Simpson o de las Torres Gemelas, es un continente en sí mismo. De ahí las cifras bestiales de muertos y contagiados que está dejando el coronavirus, una vez que cruzó el charco o llegó desde Asia por el Estecho de Bering.

Además de una gran nación, la yanqui es una película de Óscar constante. Si de la desértica Almería nos plantamos en unas horas de coches en la frondosa Sierra de Cazorla, ese misma cantidad de tiempo sirve en Estados Unidos para pasar de la capital del mundo, sita en los rascacielos de Nueva York, a la inmesidad de las tierras donde los sheriff y los cowboys guardan la esencia de la América de los americanos. Un Mini Hollywood, pero sin el mini.

En pleno medio oeste americano, hasta hace menos de un mes, vivía una roquetera perfectamente adaptada al sueño americano. No al de los billetes de la construcción de otras épocas, sino al del estudio y el disfrute de las costumbres tan diferentes a las españolas. Gracias a una Beca de la Fundación Amancio Ortega (¡qué fácil es criticar a este señor y qué pescozones al sectarismo se encarga de dar la realidad!), Natalia Martínez había pasado de la turística Roquetas de Mar a la rural y kilométrica Jonesburg, en Missouri. Sólo la pronunciación del nombre de este estado americano denota que la estudiante roquetera se había mimetizado con la familia Shawn, de mofletes rosados y gran sonrisa, que le había abierto las puertas de su hogar los días que iba a durar la beca.

“Hicimos un perfil, enviamos cartas y fotos, y son las familias las que se encargan de escogernos. Lo hacen de forma altruista, como son gente muy trabajadora y que no suelen salir de su país, así pueden conocer otras culturas”, narra Natalia vía móvil, mientras envía por guasap fotos de su estancia. Como pueden imaginar, es una constante en ellas la bandera americana, los tractores, las granjas, los animales agrícolas, las casas de madera con su granero detrás en el rancho, “y la gente vestida de cowboy, fue lo que más me impactó al principio”, dice con una sonrisa.

Como buena estudiante de intercambio que es, Natalia supo adaptarse rápidamente a su nueva vida. En la familia Shawn encajó como la séptima hija (son seis, tres viven fuera y tren en el hogar familiar), la quinta hermana. Y en el colegio en Montgomery City, la roquetera convalidó rápidamente sus sobresalientes españoles por una enorme letra A o un numérico 100% (calificaciones escolares anglosajonas). De la misma manera, sus dotes como jugadora en el Al Bayyana las demostró en las canchas de voley, y también practicó deportes tan típicamente yanquis como la gimnasia deportiva o el fútbol americano. Natalia estaba en una burbuja, era la protagonista principal de cualquier película de Antena 3 un sábado por la tarde. Parecía que no había un malo en el film, el coronavirus no entraba en el reparto.

Hasta que llegó el viaje a Utah, tierra de mormones, adonde se había desplazado con su familia. “Al principio de curso recuerdo que nos explicaron lo que era el coronavirus y lo que estaba pasando, pero nadie le dio importancia. Nos preguntaron si estábamos asustados y todo el mundo en clase dijo que no”. De hecho, era para no tenerlo. Las enormes distancias del oeste americano, donde las familias viven esparcidas y para encontrarse con civilización tienen que subirse al tractor o a la pick up para recorrer interminables carreteras desiertas en su mayoría, son la mejor barrera natural para la pandemia, son una emboscada muy propia de la historia americana.

La familia Shawn al completo en una estampa peculiar estadounidense. La familia Shawn al completo en una estampa peculiar estadounidense.

La familia Shawn al completo en una estampa peculiar estadounidense.

“Me enteré de cómo estaba la situación porque un amigo me escribió un mensaje desde España y me contó. Allí poca gente tiene televisión, es cara. Nosotros vivíamos en un pequeño pueblo prácticamente aislado donde el coronavirus no había llegado”, por lo que eso de las mascarillas, los guantes y las epis le sonaban a cuento chino a la roquetera. “Estábamos durmiendo en Utah, había apagado el móvil y no me llegaron los correos, pero mi madre americana me dijo al día siguiente que iban a interrumpir la beca por el virus. No nos lo creíamos, no nos hacíamos a la idea. Fui corriendo a ver a mi hermana Anna y me puse a llorar con ella”, dice con un hilillo de voz, que emociona a entrevistador y entrevistada.

De prisa y corriendo, tuvieron que volverse a Jonesburg, puesto que todos los españoles de la beca repartidos por Estados Unidos y Canadá iban a emprender el viaje de regreso desde Dallas. Los protocolos de Sanidad de la Fundación Amancio Ortega así lo exigían, puesto que aunque Natalia estaba en una zona rural y sin apenas incidencia del virus, había otros estudiantes que vivían en megalópis superpobladas, tipo Nueva York, Washintong o Toronto, entre otras. Así, aunque the Shawn family contactó con la organización y prácticamente imploró que la roquetera se quedara, haciéndose ellos cargo de todo el dinero que conllevara, el coronavirus había ganado otra partida más, había roto otra familia, de una manera bien distinta y menos trágica que con una muerte, claro está.

"En clase explicaron lo que era el virus, pero llegó poca información porque tener televisión allí es muy caro”

Maletas hechas, al carro y tres horas de la entrañable Jonesburg al bullicio del aeropuerto de Kansas City. La tristeza de la vuelta a la realidad contrastaba con la ensoñación de hacía unos meses, en la ida hacia el corazón de las tierras del Tío Sam. Natalia no quería irse y el destino casi cumple con su deseo: se había olvidado el pasaporte en casa debido al disgusto por la noticia. Su familia americana demostró que haría cualquier cosa por ella y le pisó a fondo al acelerador para recoger el documento y estar justo a tiempo en la puerta de embarque.

Lágrimas, besos, “I will miss you!” se fundía en los últimos segundos con “I love you!” (te voy a extrañar/te quiero). El vuelo zarpaba con destino a Dallas, donde cogería la conexión con Madrid y donde Natalia iba a volver de un plumazo a la triste realidad que estaba viviendo su país el pasado 3 de abril, justo cuando comenzaba la meseta de contagios diarios del coronavirus. “Me impactó mucho llegar a Barajas y que nos recibieran los militares. Iban con mascarillas y guantes, y nos exigían que no estuviéramos juntos. No sabía realmente lo que pasaba, estaba entre asustada y confundida”, cuenta la roquetera, que resalta lo bien que se portaron con ella todo el personal sanitario y las propias Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en lo que duró el viaje de vuelta a casa. Su padre, el que le dio la vida y quien da la vida a diario para que ella sea feliz, fue a recogerla a la estación de autobuses de Almería y quien se encargó de ponerla al día de todo lo que estaba aconteciendo. Natalia estaba despertando de su sueño de sopetón y todo aquello era demasiada información para procesarla en tan poco tiempo. Miles de kilómetros y una pandemia que ocurre con siglos de distancia, separaban la vida que ella recordaba en otoño de 2019 con la que le iba a tocar nuevamente vivir a partir de primavera de 2020.

Con el equipo de fútbol americano en el Montgomery County High School. Con el equipo de fútbol americano en el Montgomery County High School.

Con el equipo de fútbol americano en el Montgomery County High School.

“La vuelta me costó mucho, todavía no he terminado de asimilarla. Fue muy raro todo lo que pasó en tan poco espacio de tiempo, cuesta creerlo. Pasé pocos meses en Estados Unidos, pero he dejado lazos muy grandes allí, me siento parte de aquella familia”, que pese a vivir cómodos y felices sin redes sociales, no duda ahora en conectarse por videollamada con Roquetas, una tierra maravillosa que nunca habrían sabido situar en el mapa del mundo si no es por Natalia: “Mi hermana Anna quiere venir este mismo verano, pero tal y como estoy viendo que están las cosas, le he dicho que es mejor que lo deje para el año que viene. Allí las cosas siguen como cuando me fui, su modo de vida les está permitiendo vivir al margen del coronavirus”, se congratula la estudiante almeriense, que tiene claro lo que va a hacer en cuanto las fronteras se reabran y la normalidad diaria de Jonesburg sea la normalidad de: “Me voy a coger un avión y me voy para allá”.

"Me impactó llegar a Madrid y que nos recibiera el ejército con guantes, mascarillas y pidiéndonos distancia”

Así concluye otra historia truncada por un virus, que se ha aprovechado de los avances del ser humano para comérselo vivo. Es precisamente donde menos ha metido el hombre la mano, caso de los pueblos de la España vaciada o de los ranchos del medio oeste americano, donde viven sin tanto avance tecnológico, pero con el antivirus que supone una vida tranquila y ermitaña. The end.

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