Coronavirus

Naturaleza desconfinada

  • Cuarenta días sin la garra humana le han bastado al medioambiente para regenerar nuestro maltrecho entorno vital

  • Casualidad o no, llueve más, el aire se ha purificado y el calor no agobia

Pequeños rápidos de agua, en uno de los cauces de agua en La Roza.

Pequeños rápidos de agua, en uno de los cauces de agua en La Roza.

Quién sabe si el coronavirus no ha sido un ramalazo de amor propio de la madre naturaleza hacia una de las criaturas, la más dañina, que alberga en su seno, el ser humano. Incendios, talas ilegales, caza y pesca masiva, ahogo ambiental a base de ladrillo... No deja de ser un símil de la manzana que comió Eva del árbol prohibido, un rapapolvo por saltarse las normas básicas de equilibrio natural.

Lo que el evidente cambio climático no ha sido capaz de hacer, lo ha conseguido un microorganismo de 0,1 micrómetro de tamaño. Ser humano confinado, naturaleza desconfinada. Cuarenta días en España con la mínima presencia del hombre en las calles y el hongo de contaminación que rodea a las grandes ciudades se ha transformado en una gran molécula de oxígeno, que ha ido purificando desde el corazón de las urbes hasta el último rincón de las reservas en las que se han convertido las serranías españolas. La llegada de la primavera, lluviosa y llena de vitalidad, han hecho el resto.

La flora y la fauna no exigen lo que es suyo, lo piden con una tremenda educación y no cejan en el empeño hasta que lo consiguen. Llevan miles de años adaptándose a los caprichos del ser que la ha modificado por completo, pero en el último mes y medio ha recuperado poco a poco su esencia. Y lo ha hecho para reparar el entorno vital del hombre, lesionado en buena parte.

El sendero Sulayr, verde y lleno de vida. El sendero Sulayr, verde y lleno de vida.

El sendero Sulayr, verde y lleno de vida.

En la provincia de Almería, desertizada en buena parte, esta cuarentena le está viniendo como agua de mayo. Que nadie espere un milagro, Tabernas de repente no va a ser un vergel, pero en la Sierra Nevada almeriense, Los Filabres o la Comarca de los Vélez sí que florecen flores y riachuelos de agua como hace años no se veía. Las margaritas no están pisadas, las hierbas cogen altura y engullen mojones o bancos, los ríos bajan con un color tan cristalino que apetece beberlos y, por supuesto, ardillas, jabalíes, cabras montesas o cervatillos hacen más bella una postal que también es de este coronavirus. Su cara amable. Por supuesto nadie desea lo que ha pasado ni que se vuelva a repetir, pero sí debe de servir para reflexionar acerca de nuestro despreocupado estilo de vida.

Ruta hacia La Roza

Quizás una de las zonas en el que mejor se percibe cómo la naturaleza se ha saltado el confinamiento es Abrucena. Concretamente el Área Recreativa de La Roza y los senderos que le rodean. El coche va dejando atrás Sierra Alhamilla, de aspecto más ocre, y se adentra en pueblos de montaña, donde todavía tienen las chimeneas encendidas. La bajada de la contaminación ha provocado que el efecto invernadero disminuya y, por tanto, la temperatura es menos sofocante, más acorde a una época del año todavía fresca. La policía está en la rotonda de entrada para que se respete el confinamiento. Los cristales del coche muestras las pequeñas gotas que están empezando a caer y que mojan levemente los papeles que, como periodistas, nos permiten subir a hacer este reportaje hacia el merendero de la zona norte abrucenera.

El ruido del agua nos guía. Apenas se ve procesionaria, síntoma de que las enfermedades de la naturaleza pueden sanar. Lo que sí se ve son cordones policiales y carteles que avisan del cierre de equipamientos de uso público de la red de espacios naturales de Andalucía. Cuarenta días sin más rastro humano que la de las autoridades y La Roza que está que parece una zona virgen.

Cordón policial en el área recreativa. Cordón policial en el área recreativa.

Cordón policial en el área recreativa.

El comienzo del sendero GR-240 Sulayr está regado por varios cauces rápidos de agua, que rompen en una abundante cascada bajo el camino asfaltado. Los muros de piedra están repletos de yedra, apenas se ven los maderos que lo sostienen. El suelo es un crisol de colores, desde el amarillo de las margaritas al rojo de las amapolas, pasando por el sabor fresco que transmiten los musgos y las agrias, aunque apetitosas vinagretas.

Algunas de las mesas de los merenderos muestran el espacio que el hombre le ha quitado a la naturaleza y ésta quiere recuperar. Como nadie las pisoteas, las arranca, ni las mata, plantas trepadoras y diferentes tipos de insectos y pajarillos miran desconfiados al paso del coche de Diario de Almería. Como Simba, en el Rey León, cuando de las manos de Rafiki observaba todo su reino animal. Es el ciclo, el ciclo sin fin. El ciclo de la vida.

El quebrantahuesos, también en la sierra almeriense. El quebrantahuesos, también en la sierra almeriense.

El quebrantahuesos, también en la sierra almeriense. / Antonio Pallares

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