Salir al cine

Una mujer desaparece

  • Llega a Filmin ‘Trenque Lauquen’, la fascinante película-río de la argentina Laura Citarella cuyos relatos y misterios no dejan de abrirse a nuevos relatos y misterios

Más historias extraordinarias. Aquel seminal filme de 2008 del argentino Mariano Llinás y su peculiar sistema de producción (artesanal, digital, hecho sin prisas entre un pequeño grupo de colaboradores amigos), marcaban el rumbo y la estética de la que tal vez sea la veta más estimulante del cine en español en la última década. A saber, ese cine marca El Pampero Cine que redescubría los senderos infinitos del relato y la narración (literaria, novelesca, metacinematográfica) y las formas y estrategias del género como motores para lanzar a los personajes (y a su espectador) a las más apasionantes aventuras y misterios en un paisaje periférico y con un elegante y lúdico sentido de la puesta en escena.

La Flor (2018), relato múltiple de seis episodios y 800 minutos capaz de transitar del cine de espías al género musical, fue la culminación épica de aquel camino, aunque Trenque Lauquen, de Laura Citarella (Ostende, La mujer de los perros), quizás depure y condense aún más las esencias y virtudes de un modelo en sus cuatro horas de metraje que se nos hacen cortas en la incesante expansión mutante de sus relatos. 

La película toma su nombre de una localidad en el límite de la provincia de Buenos Aires con la Pampa. Allí, dos hombres (enamorados) buscan a una mujer desaparecida, Laura (Paredes), una bióloga que ha llegado desde la capital para realizar un estudio sobre el terreno. Se abre así la primera de las dos partes de un filme en doce episodios que va revelando y entrelazando en su estructura de matrioshka nuevas historias, perspectivas y personajes que se complementan, solapan, contradicen y enriquecen, aunque dejando siempre abiertos los misterios o sus soluciones. Porque Trenque Lauquen, en cuyo guion interviene también su protagonista Laura Paredes, es un filme que especula con los relatos infinitos, con las bifurcaciones y los ecos entre unos y otros, con esa idea del mundo como pura fabulación en movimiento.

En su primera mitad, decíamos, dos hombres buscan las razones de una desaparición desde dos concepciones del amor: la oficial, la del novio algo idiota que representa Rafael (Spregelburd), y esa otra de la fascinación y lo prohibido que encarna Ezequiel (Pierri). Pero son Laura y Carmen Zuna, la enigmática mujer cuyo destino escrito en unas cartas de contenido erótico-amoroso ocultas en libros esta se afana en encontrar, las verdaderas protagonistas. Dos mujeres-enigma, en la segunda parte aparecerán otras más que esconden no pocas claves y secretos, que construyen en su reflejo de ficciones y especulaciones el que sin duda es el gran tema de fondo del filme que entronca directamente con el cine de la modernidad, de Rossellini (Stromboli) a Antonioni (La aventura): la posibilidad real de desaparecer sin más, de escapar, de construir una identidad (femenina) propia que no venga dictada ni por los hombres, ni por las convenciones, ni por los relatos.

Hasta llegar a ese camino sin retorno ni explicación en una frontera fluvial que funciona como nudo y vórtice, Trenque Lauquen se toma todos los desvíos y senderos posibles, va y viene en el tiempo y los puntos de vista, hace dialogar y funde la narración en primera persona con su materialización visual (maravilloso el pasaje italiano), incluso si se trata de una mera especulación, declina géneros impensables como la ciencia-ficción extraterrestre en un recóndito lugar de la provincia, hace del coche el mejor dispositivo posible para narrar, intercala canciones pop y el repertorio clásico para acompasar e hilvanar el relato, convierte la radio y la palabra siempre precisa en el más seductor de los lenguajes, observa, en fin, el paisaje horizontal y las arquitecturas aberrantes de un lugar sin aparente interés dramático como un ilimitado campo de pruebas del que puede brotar cualquier historia.

Wayne Shorter en gravedad cero

El pasado 2 de marzo fallecía a los 89 años el saxofonista y compositor Wayne Shorter (1933-2023), una de esas figuras-puente esenciales para entender la evolución del jazz moderno, incansable buscador de nuevos caminos y lenguajes e influyente maestro y faro para las nuevas generaciones. Ya estaba casi terminada por entonces esta serie documental de Dorsay Alavi para Amazon que recorre su trayectoria vital y profesional, desde la infancia en Newark y sus primeros pasos en el mundo del arte y la música, hasta los no menos fructíferos y siempre vanguardistas días postreros de gira junto a su cuarteto o en la intimidad de su estudio casero, donde estuvo componiendo hasta el final rodeado de su colección de figuras de superhéroes y hadas y convencido de la existencia de un más allá en conexión con el Cosmos fruto de su conversión al budismo.

Una serie enunciada desde la filosófica y única visión de Shorter, trufada de abundante material de archivo, entrevistas con especialistas, colaboradores y amigos (de Herbie Hancock a Terence Blanchard, de Joni Mitchell a Santana) y dudosas reconstrucciones de episodios de su infancia, que el aficionado al jazz disfrutará especialmente gracias al rico anecdotario de sus días junto a los Jazz Messengers de Art Blakey, Miles Davis, Weather Report o Milton Nascimento, pero sobre todo de su camino hacia el liderazgo y la experimentación constante que marcaron su carrera a partir de mediados de los años sesenta con aquellos memorables discos para Blue Note Speak no evil, Night dreamer, ETC o Juju.

La serie se adentra también en su enigmática personalidad, en su vida privada y en las circunstancias trágicas de la muerte de su hija y su segunda esposa.