La cabellera femenina

La carne y sus emblemas

  • Cátedra publica nuevamente 'La cabellera femenina' de la ensayista barcelonesa Erika Bornay, donde se hace un recorrido por la imagen y el significado del cabello femenino, a través del arte y de la Historia

Imagen de la ensayista e historiadora del arte barcelonesa Erika Bornay

Imagen de la ensayista e historiadora del arte barcelonesa Erika Bornay

Cátedra recupera, después de casi tres décadas, este ensayo de Erika Bornay cuyo contenido es, en alguna medida, prolongación de Las hijas de Lilith, publicadas en 1990, donde se investigaba el origen de la abundante iconografía de la femme fatale a partir de la segunda mitad del XIX. En La cabellera femenina, publicado cuatro años después, Bornay se ceñirá a este viejo afiche del erotismo y la carnalidad humanas, pero sin restringirse a un tiempo y una temática concretas (la mujer torva y devoratriz que pinta, por ejemplo, Munch en sus “vampiras”), y comenzando por una de sus imágenes más perdurables: la Medusa, de mirada petrificante, cuyo pelo era un alto y aterrador nido de sierpes.

El cabello es a un tiempo heraldo de la sensualidad y símbolo de la 'vanitas'

Lo que fija, pues, Bornay en este breve y perspicaz ensayo es aquello que Worringer llamó, en 1908, “einfühlung”, y que no era sino la proyección de ciertos sentimientos en la Naturaleza. Estos sentimientos son, como ya se ha anticipado, la carnalidad y sus epifenómenos, la vida y su contrario, siendo así que el cabello es, a un tiempo, heraldo de la sensualidad y símbolo de la vanitas terrena. Cabe decir, por otro lado, que esta significación, que este valor vital de la especie, no atañe sólo al sexo femenino, sino que está ya recogido, con solemne dramatismo, tanto en Salomé y el Bautista como en Sansón y Dalila, largamente representados en la pintura de género, así como en el simbolismo de entresiglos, que quiso ver en estas mujeres un ápice de la perdición, vinculada a la carne. Bornay, por tanto, se limita a señalar esta propensión humana, que abarca a ambos sexos, y luego continúa su trabajo de aproximación a los distintos significados, a las diversas utilidades que la cabellera femenina ha tenido, en su consideración artística, desde el Cantar de los cantares al rizo pintoresco de las bailaoras que retratan Zuloaga, Miró y Picasso.

Esta significación del cabello, como parece obvio, se extiende en varios órdenes y alcanza otros sentidos, además del visual. No hace falta recordar, pues, la importancia de una cabellera fragante en la literatura del XIX. Y tampoco se nos oculta que, sólo muy modernamente, y asociado a lo exótico, el negro del cabello alcanzó un temblor erótico parejo al de las guedejas rubias. Lo cual es aplicable, con mayor razón si cabe, a las hermosas y “demoníacas” crenchas pelirrojas, que la tradición asoció -el rojo es el color de la pasión, pero también del fuego del Averno- a la estirpe de Judas. Toda esta vasta y ancilar inocografía de la perdición y el éxtasis implica, ineludiblemente, la omisión de la cabellera; esto es, su ordenación u ocultamiento social, dado su carácter magnético y eruptivo. Es así como Bornay nos ilustra sobre las trenzas del medievo y los seculares velos que ocultaron a la avidez extraña el cabello femenino. Pero también recuerda lo que aún implica cercenar la cabellera, el retiro del mundo, o la ofrenda decimonona de un mechón, conservado en un dije, que acompañó las soledades juveniles de aquellos Werthers, trémulos e impacientes, del Ochocientos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios