Atletismo I 49th BMW BERLIN-MARATHON

Maratón de Berlín: Bretzel (pan) ‘comío’

Escrito por

· Pablo Laynez

Redactor

Fue a las 4:30 del jueves 21 de septiembre cuando tuve las primeras buenas sensaciones de cara al maratón, después de cuatro intensos meses de entrenamiento. A las 4:30, sí; no, a las 16:30. Salía el vuelo rumbo a Madrid a las 9:00, por lo que tuve que pegarme el madrugón por trotar por última vez por Costacabana antes de hacerlo por Unter den Linden.

El Maratón de Berlín no te hace fosfatina los gemelos ni los isquios por su falta de cuestas, pero sí que tiene una exigencia mental tremenda en los entrenamientos. Y es que al estar situada a finales de septiembre, los dos meses de tiradas largas nos pillan a los almerienses renegando de las olas de calor. Esto es, no has recorrido todavía ni los primeros 200 metros de los 30 kilómetros que tienes planificados y ya estás sudando la gota gorda. Por no hablar de la envidia que produce el olor a pinchito o a gofre en la Feria y tú comiendo pasta y pollo.

Una vez que estás ante la Puerta de Brandenburgo todo merece la pena. Entre el calor y la fatiga acumulada de los entrenamientos, el estrés del trabajo, el cansancio de jugar ahora más al fútbol con el pequeñajo que cuando estaba federado y los disgustos inherentes a ser de la UD Almería, las sensaciones premaratón no eran buenas. Las piernas pesaban demasiado y la respiración no terminaba de acompasarse.

Los últimos 6 kilómetros antes de coger el avión y el suave trote de 30 minutos de la mañana del viernes 22 por el Tie Garden, cambiaron totalmente la motivación. Ver la Puerta de Brandenburgo atestada de corredores de todas las nacionalidades despierta el gusanillo de cualquiera. Conozco bien la capital alemana de múltiples ferias y de un interrail y nunca la he visto tan calurosa, en lo ambiental, como ésta vez. El alemán, frío y disciplinado, adopta el caluroso carácter mediterráneo a la hora de animar. Bien lo pudimos comprobar en el vuelo Madrid-Berlín, cuando viajamos con aficionados del Unión Berlín. Sólo era una antesala de lo que esperaba.

Recogida de dorsal

Con cuatro maratones ya en las piernas, uno empieza a tener cierta experiencia tanto de carrera como de planificación. Y para que el viaje sea, no ya gratificante, sino imborrable, hay que ponerse en las manos de Fernando Pineda. Es una agencia de viajes deportivos que planifica todo como si de una luna de miel maratoniana se tratara [dorsal incluido], además de tratarte con una cercanía casi familiar. Y es que Noemí y Sergio son unos maestros de ceremonias excepcionales, que convierten Berlín, NYC, Boston, Chicago, Londres o Tokio en tu casa.

El veterano Aeropuerto Tempelhof, que vivió las dos Guerras Mundiales y fue enclave americano importante durante la Guerra Fría, es el lugar escogido para la entrega de dorsales. Qué curioso me resultó vivir la Feria del Corredor en un hangar, rodeado de ventanillas de facturación y cintas transportadoras de maletas que guardan secretos sobre la historia mundial que jamás se revelarán.

Al recoger el 65.437 (habrá que comprarse el décimo de Lotería de Navidad, como en NYC), me llegó un mensaje que demuestra lo pequeño que es el mundo y lo grande que es Almería. “Buenas Pablo, ¿es que estás en Berlín?”, con Paco Pulpí Maratones como remitente. ¡No me lo podía creer! Paco es un pulpileño que conocí en el ferry que nos llevaba a la salida del Maratón de NYC y que se me acercó a hablar porque llevaba el escudo de la UDA en el hombro. Hicimos buenas migas en la Gran Manzana, pero llevábamos más de un año sin hablarnos. Y como el mundo es así de extraño, casi 365 días después nos íbamos a ver en la línea de salida de otro de los seis mayors.

Después de un verano entrenando a 40º a la sombra, correr con 12º y nublado es delicioso

“¿No tienes nervios?”, me preguntaba Chari, mi mujer y única seguidora (¡pero qué seguidora!) Sólo por ver cómo disfrutaba mi Tropa Goofy (Chari y el peque, mi madre y sus padres) en la TV Tower, la Isla de los Museos, el Muro de Berlín, la Puerta de Brandenburgo o la impresionante Catedral, merecía la pena todas y cada una de las agujetas que aún me apelmazan las piernas. Y eso que ésta vez he sabido respetar el descanso y adecuar lo mejor posible la alimentación a los duros horarios de un periodista. Aunque me haya perdido el placer de una palmerita de chocolate o de un buen codillo en el Linderbrau, el maratón tiene unos códigos y para que no te venza, hay que respetarlos.

8:30, Reichstag

Tostadas de aguacate con tortilla, café con leche fría y 300 centilitros con sales minerales. El desayuno sentó de maravilla, la ilusión había retornado a mi cuerpo. De la mano de mis queridos Noemí, Sergio y Paco Pulpí, rumbo a la línea de salida. En el parque frente al Reichstag nos congregamos miles de corredores, que jaleábamos a Kipchoge y Assefa mientras recorrían con la elegancia de una gacela las planas avenidas germanas.

Junto a la bandera de 3h.30, como si de un presagio del destino se tratara, Paco, Raúl y yo nos situamos en la línea de salida. El Tie Garden, que la última vez que lo recorrí fue con la nieve del pasado febrero, se abría paso con unos agradables 12º. ¡Cómo no íbamos a estar a gusto después de entrenar a casi 40º! Pistoletazo de salida y p’alante.

Espectacular imagen de la salida, en el Tie Garden, con la Puerta de Brandenburgo al fondo y la cúpula del Reichstag a la izquierda. Espectacular imagen de la salida, en el Tie Garden, con la Puerta de Brandenburgo al fondo y la cúpula del Reichstag a la izquierda.

Espectacular imagen de la salida, en el Tie Garden, con la Puerta de Brandenburgo al fondo y la cúpula del Reichstag a la izquierda. / Efe

Cómodos, aun ritmo de 5:20, Paco y yo fuimos librándonos de la marabunta y avanzando hasta el kilómetro 8. Ahí, en la puerta de la Ópera, teníamos la primera parada familiar. ¡Qué bien sienta ver una bandera de España fuera de tu patria! Algo más de un minuto perdido, pero hay algo que te llena más que una marca y es el cariño de quien te quiere.

Tocaba tirar en solitario. Confiaba en pillar a Paco y seguir con él. Por el margen de la izquierda atravesamos todo lo que un día fue el Berlín democrático, plagada de cuadriculado cemento soviético. El recorrido, sin ser nada de otro mundo puesto que se alejaba pronto del centro histórico por el barrio judío, te llenaba por el gran apoyo de la gente y por lo cómodo que resultaba. Hay más pendiente del Cable Inglés al Alcampo que en los 42,195 kilómetros berlineses.

Y a esto que iban cayendo los kilómetros. Las piernas no flaqueaban y las pulsaciones se mantenían muy controladas. Pasado bajo un puente de hierro el medio maratón (muy similar a los que había en la antigua Rambla, con remaches), miré el pulsómetro y me vi por debajo de 5 minutos el kilómetro. Quería echar el freno pero no podía, el cuerpo me estaba mostrando que todo el sufrimiento entrenando, estaba mereciendo la pena.

El pulpileño Paco Cáceres recorre los primeros kilómetros de carrera. El pulpileño Paco Cáceres recorre los primeros kilómetros de carrera.

El pulpileño Paco Cáceres recorre los primeros kilómetros de carrera.

A eso de los 25 km. cuando la carrera se dirige hacia el Sonic Center, vi a Paco. Me puse a su vera, lo vi fuerte. “Voy para 3:45, tú sigue, no mires atrás”, me dijo. No era que no mirase atrás, lo que me daba miedo era tener que mirar hacia adelante para cogerlo, puesto que el muro (del maratón, no de Berlín), se aproximaba. Pero nada oye, que mis tenis azules se movían como las traviesas de las ruedas de un tren. Cuatro geles, un totum y traguicos de agua en cada avituallamiento. En Oporto y NYC aprendí que ni Isostar ni bebidas de ésas, lo que me gusta y me da energía es el agua.

Mi meta sentimental estaba en el 38, junto al Check Point Charlie, el puesto fronterizo que dividía el Berlín oriental del occidental. Mi familia, los que han fortalecido mi mente tratándome de meterme día sí y día también, un dulce en la boca. Pero sabían que es imposible. Sólo soy un ejemplo de algo en la vida y es de fuerza de voluntad. Allí, a 4 kilómetros de la meta, se acabó mi sufrimiento. Los ánimos de tus seres queridos te reconfortan, un beso es el mejor dopping permitido que se puede dar.

Un selfie con la familia, en el kilómetro 38, junto al Check Point Charlie. Faltaban 'sólo' 4 para la meta. Un selfie con la familia, en el kilómetro 38, junto al Check Point Charlie. Faltaban 'sólo' 4 para la meta.

Un selfie con la familia, en el kilómetro 38, junto al Check Point Charlie. Faltaban 'sólo' 4 para la meta.

No miré el crono hasta que no pasé por debajo de la Puerta de Brandenburgo, faltaban apenas 100 metros para la meta. Una fotico ante el kilómetro 42 y ¡¡vamooooooos!! Segundo sueño (de los seis maratonianos que tengo) alcanzado.

Medalla, poncho y al suelo. Toda la liturgia cumplida a rajatabla. Berlín, una ciudad que tiene un encanto especial por su historia, me ofrecía cinco días encantadores, un récord personal (3:33:39) y un plato de codillo de rechupete en el Maximiliam. Maratón de Berlín, bretzel 'comío'.

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