Barcelona - Almería · la crónica

Hasta que Messi quiso (4-0)

  • El Almería aguanta media hora con dignidad en el Camp Nou y está a punto de adelantarse por medio de Wellington. Una acción individual de Messi sirve para abrir la lata y Luis Suárez rompe el partido en la segunda.

Aguantaron media hora, que no es poco. Hasta que Messi decidió entrar en escena para mantener vivo el particular pulso que año tra año mantiene con Cristiano Ronaldo. Pero hasta entonces el Barça tuvo que sudar tinta, un mérito del Almería, más aún si cabe teniendo en cuenta que este equipo hace tan solo unos días parecía no tener tan siquiera sangre en las venas. 

Sergi se limitó a hacer lo que dictaba el sentido común y no salió del todo mal. A saber, pidió a Édgar y Wellington que ayudaran a los laterales (por primera vez en lo que va de temporada se vio al canario correr hacia atrás), dio órdenes claras de que la defensa y la media jugaran bien juntas y pidió a sus futbolistas que achicaran espacios como un acordeón en las basculaciones a una y otra banda para evitar desajustes. 

Pero no solo eso, cuando el Almería tuvo que salir al ataque lo hizo con cierto criterio mientras las fuerzas se lo permitieron. El plan era evidente, tras cada recuperación el balón iba a una de las bandas o en su defecto a Thievy para que lo jugara de espaldas a la espera de la incorporación de más efectivos. 

Sorprendió el temple de Espinosa con el balón en los pies, siempre en busca de la mejor opción para el compañero, así como el buen partido de Antonio Marín en su estreno en una plaza fuerte, apuntando el gran futuro que todos los entendidos le auguran. 

Viendo la intensidad y buena disposición de los jugadores sobre el campo, la pregunta se hacía inevitable, ¿qué narices hizo Juan Ignacio Martínez con este equipo? Sencillamente aburguesarlo, desposeerlo de la única arma que tiene a su disposición: correr más que el contrario. 

Las comparaciones son odiosas porque siempre sale uno malparado y 30 minutos bastaron para corroborar que JIM no pudo o no quiso hacer todo lo que estaba en sus manos para reactivar un plantel que bajo su batuta dio la sensación de ser más malo de lo que realmente es. 

Todo ello sin olvidar que Sergi apenas dispuso de dos entrenamientos para inculcar un par de conceptos básicos a su nuevo vestuario y que el catalán tuvo que tirar de una zaga circunstancial. 

La primera mitad duró hasta que Messi quiso y se sacó una genialidad de la chistera para burlar la gran envergadura de Julián con un disparo de rosca. El pecado de Casado, su marca en la acción, fue dejarlo disparar. Las heridas al descanso eran curables, pero Luis Suárez se encargó de evitar que pudieran cicatrizar en el arranque del segundo periodo. 

Fue en otra acción individual, un chispazo de calidad del charrúa en el que tras recortar a Casado sacó un zurdazo buscando y encontrando el ángulo. Todo estaba ya prácticamente dicho y empezó el carrusel de sustituciones en uno y otro equipo, el Almería pensando en la decisiva cita del sábado frente al Granada y el Barça haciendo lo propio con el duelo de Liga de Campeones frente al PSG. 

Pese al denuedo de los rojiblancos se palpaba en el ambiente que la goleada sería cuestión de tiempo y así ocurrió. El tercero, obra de Bartra, quizá fuese el más hiriente, al cabecear libre de cualquier oposición un saque de esquina en el área pequeña. Luis Suárez completaba el póker culé al culminar un buen servicio de Pedro, bien vigilado por Marín durante toda la noche. Era una batalla perdida, la guerra se avecina el sábado con el Granada.

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