FÚTBOL
  • A la tercera tanda de penaltis fue la vencida para proclamarse campeones en medio de la invasión croata

  • Círculo cerrado para el niño con lágrimas en los ojos tras la pena máxima errada por Raúl en Brujas

Mi primer título con España y cómo la vida lo pone todo en su sitio

Fotografía de rigor antes de la final Fotografía de rigor antes de la final

Fotografía de rigor antes de la final / D.A.

Al haber llegado al mundo el 12 de octubre, siempre ha coincidido mi cumpleaños con algún partido de la selección, día arriba día abajo por eso de celebrarse las ventanas internacionales durante esa fecha. Recuerdo las celebraciones en el antiguo Burguer Coco vestido con la zamarra de España y el nombre de Raúl a la espalda, el mismo Raúl que hizo que me fuese a dormir llorando después de mandar a las nubes el penalti ante Francia. Me acuerdo perfectamente de ese día del verano de 2000. Era habitual coger la papelera de latón que tenía, ponérmela en la cabeza una hora antes del partido de turno y golpearla con un lápiz a modo de tambor hasta que empezase el encuentro. La mayoría no los terminaba de ver al caer rendido, pero en esa eliminación ante Barthez aguanté hasta el final, yéndose a dormir el niño de siete años con lágrimas en los ojos a la cama nido de la habitación de su hermana para no dormir solo.

En 2005 la selección jugó en Almería, pero no logré entrada. Tal fue el desencanto, que apenas vi el final del ese partido y obligado por la familia. Tres años después y ya convertido en adolescente, tuve la posibilidad de ir a la Eurocopa de Austria y Suiza. Me regalaron una entrada para la semifinal, pero un estudiante de cuarto de la ESO no podía permitirse pagar el viaje y alojamiento. No fui a Austria y Suiza, pero sí al hospital por taquicardias y un cuadro de ansiedad por la posibilidad de ir. "Algún día la vida te devolverá esto", aseveró mi madre con rotundidad después de donar la entrada a la recogida de fondos para un niño con una enfermedad rara. Llevaba razón.

No sé si lo hizo en mi debut con la selección española (amistoso ante la Venezuela de Julio Álvarez, acreditado en un partido de la vigente campeona del mundo), en el primer partido oficial (ante Turquía en la Eurocopa de Francia), en el primero del Mundial (frente a Irán en Rusia) o este domingo, con el primer título de la absoluta en directo. He seguido a la selección española desde 2016 en clasificaciones y cada fase final, solo y acompañado, con anécdotas para escribir un libro; y seguramente la final de esta Liga de Naciones era el partido con menos nervios en la previa al ser un torneo sin tradición histórico y relegado al segundo plano. Sin embargo, el penalti de Carvajal viró todo. Los segundos entre el golpeo y el movimiento de las mallas tras tocar el balón en las mismas fueron eternos. Estaba siendo consciente de presenciar a mi país ganar un título en categoría absoluta (ni punto de comparación con esa final de la sub-21 cuatro años antes en Údine). Y lo hacía después de llevarme sinsabores una y otra vez, los más dolorosos, ver desde detrás de la portería cómo nos eliminaba Rusia y Marruecos en la tanda de penaltis en el evento más importante del mundo. Al igual que esos dos días, este domingo los aficionados españoles éramos una minoría comparado con la masa enfervorecida de primero rusos, segundo marroquíes y tercero croatas, en los ambientes más duros que he presenciado en directo, ni punto de comparación con los partidos de clubes.

No pudo comenzar peor este viaje a Holanda junto a Juandi Sánchez, entrenador del sénior del Viator; Sergio Calatrava, portero que ha jugado este curso en el cuadro viatoreño y Poli Almería; y Edu Cortés, viejo amigo. Móvil roto nada más llegar al aeropuerto de Ámsterdam, con tiempo también parándose al igual que en el penalti de Carvajal entre que el dispositivo salió disparado de mi mano hasta que cayó al suelo, pero con una sensación diferente al de esa pena máxima. Viaje sin móvil, pero con la ventaja de estar más liberado que nunca al no ver hasta llegar a la noche al hotel con Whatsappweb los mensajes y llamadas de gente que no respeta los días de asueto. También fue un lujo no tener que hacer de guía por una vez, comandando Sergio, el más joven, las aventuras después de haberse hecho un hombre en la suya de Erasmus. Salimos el jueves a las 6 de la mañana y tras dos horas y poco de coche hasta Málaga (lo de las comunicaciones de Almería es una vergüenza) para viajar a Ámsterdam, tocó coger otro coche de alquiler (una barbaridad de tiempo en encontrarlo en el amplio aparcamiento del aeropuerto de la capital neerlandesa) el mismo jueves para ir hasta Eschende. Lo que se suponía como un viaje corto fue una odisea de casi tres horas por unos atascos monumentales y un esguince de tobillo hecho el día anterior en una de esas captaciones que tanto me gustan. Cerveza y hamburguesa en la zona para los aficionados y rumbo en autobús al estadio.

Segundos que fueron horas Segundos que fueron horas

Segundos que fueron horas / Maurice van Steen · Efe (Róterdam)

Como quiera que sin móvil no eres nadie ahora, que el mío está roto y que las entradas estaban en la aplicación para el móvil (imposible abrirla desde otro dispositivo si no se ha cerrado sesión antes), tuvimos que ir a una taquilla de incidencias para poder entrar. Tras una larga espera, finalmente accedimos al espectacular campo del Twente. El partido fue de menos a más, sorprendiéndome la euforia en la celebración por parte de la plantilla y cuerpo técnico, quienes se tomaron esto como algo más que un torneo de reciente creación, y teniendo que jugar nosotros posteriormente otro encuentro más difícil para regresar a la zona de los aficionados, donde teníamos aparcado el coche de alquiler. Fue una odisea, esperando más de una hora al autobús de vuelta puesto por la UEFA, sin servicio de taxis. El conductor se equivocó de trayecto y nos dejó en medio de la nada, teniendo que andar una hora después de haber conducido cinco horas y media el mismo jueves, tomado un avión de tres. Muy mala organización por parte de la UEFA. El viaje de vuelta fue corto, sin el tráfico de antes. Una hora y media en el que aproveché para que condujese otro y dormir.

El viernes fue el día de Vicente Moreno y Ámsterdam. Con el móvil roto y el ordenador en el hotel, tocaba esperar que el Almería oficializase la incorporación del valenciano. A las tres de la mañana tocó dejar preparada la noticia desde el hotel a pesar de que los periodistas seamos unos delicuentes según leí esa misma noche en Twitter por parte de personajes que se dedican a juzgar y dar lecciones, la mayoría amparados por el anonimato. Sería un placer que recibiesen lo mismo con su trabajo, estando invitados también a que pasen un día a ejercer esta profesión (que no es lo mismo que jugar a hacerlo). Ese viernes aprovechamos para ver Ámsterdam, disfrutando con la antigua fábrica de Heineken. El Barrio Rojo fue lo esperado y la noche holandesa una absoluta decepción hasta que encontramos un pequeño pub lo más parecido a lo que tenemos acostumbrados en España. El sábado aprovechamos para viajar hasta Utrecht, con una visita guiada que la hizo más amena, visitando después Zaanse Schaanse (localidad característica por sus molinos y granjas al lado de los canales) para terminar por la noche en Harlem, con el amigo Sergio cansado y sin ganas de regresar al Barrio Rojo.

El domingo fue el día. Viajamos por la mañana a Róterdam, donde nos encontramos croatas por todas las zonas. La zona para los aficionados fue una decepción, la mácula de un grandísimo día en el que por momentos dudamos si estábamos en Holanda o en Croacia. A pesar de que la economía croata no es más boyante que la nuestra, de que la distancia hasta Róterdam es similar desde ambos países y de que nuestra población es mayor, la proporción era de un español por cada catorce croatas. La respuesta está en ese sentimiento patriota, al que para los listos, verdaderos fascistas al considerar como inválido cualquier sentimiento o ideología diferente a la suya, es relacionar el sentirse español con ser facha. Un número considerable de estos balcánicos, por cierto, se encargaron de silbar el himno español. Y no fueron pocos los que encendieron bengalas por diversas partes del campo (bravo por esos agentes de seguridad que impiden el acceso de un bote de gel con las medidas permitidas, pero a los que les tiemblan las piernas cuando tienen que cachear a los ultras) y lanzaron al terreno de juego decenas y decenas de vasos, botellas y otros objetos al césped cual nómadas. Anécdotas de un domingo histórico, ese domingo que fue el día. El día en el que todo se puso en su sitio, haciendo que la tristeza del penalti de Raúl, la tristeza de no ver a la selección en ese febrero de 2005, la tristeza de no poder sacar el viaje a Austria y Suiza y la tristeza de presenciar en directo las eliminaciones desde los penaltis ante Rusia y Marruecos mereciesen la pena.

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