PEDRO Sánchez se descubrió ayer en la entrevista mañanera de Pepa Bueno en la Ser. Su maniobra escapatoria intenta colocar a su partido ante una elección falsa: o él, y su Gobierno alternativo, o Mariano Rajoy, que es lo que defienden los críticos, de tal modo que quien abogue por un retraso del congreso federal es un "subalterno" del PP. La alternativa de la que habla no existe, necesita a Podemos, que ya lo dejó tirado cuando pudo, al PNV y a los independentistas catalanes, que en horas van a aprobar la convocatoria de un referéndum unilateral. Y no existe porque su partido aún no se ha vuelto tan irresponsablemente peligroso como para aliarse con quienes quieren romper España, que no es una suposición, es lo que viene planeando. A pesar de todo, hablará con los independentistas. Bien, por ahí no pasarían muchos de sus 85 diputados.

Así que, arrinconado, Sánchez confesó que prefiere unas terceras elecciones a que Mariano Rajoy o alguien del PP presida el Gobierno. Otra farsa. Su convicción ideológica es religiosa, no considera el conjunto, la totalidad del país, los pros y contra, la ética de la responsabilidad le es ajena por completo. Niega la repercusión democrática de dos mayorías de Rajoy.

Pero hay algo más, quizás lo más grave para su partido: unas terceras elecciones engrandecerán al PP y harán más débil al PSOE, pero a él, que viene de la Federación Socialista Madrileña, un desastre sin paliativos, con tal de ser obispo, le da lo mismo que mande desde una catedral que desde una capilla. Su no es no es, en realidad, sí o sí. No sólo es el futuro del país, sino el de su partido: ambos secuestrados por su interés. Sólo desea mantenerse y, anticipando lo que posiblemente será su derrota, adelantó que no se irá aunque pierda el sábado.