Feria

Manejando su propio rumbo

LLEGA a Almería, para torear el día veintiseis de este agosto caluroso en todo, Miguel Ángel Perera. Un aficionado atento es capaz de descifrar en los detalles de una tarde, no necesariamente de triunfo, el epítome de toda la vida profesional de un torero. La honestidad y el alto techo del toreo de Miguel Ángel Perera las resumo en dos tardes. Madrid y Sevilla con siete años de diferencia, con muchas similitudes.

San Isidro, 2007. Aquella tarde, Abellán y Castella en el cartel, era la primera de las dos que tenía firmadas Perera en Madrid. Casi las únicas por delante de una temporada muy cuesta arriba. Acababa de salir del calor de saberse apoderado por una casa grande, José Antonio Chopera, en busca del aire limpio que otorga la independencia al lado de Fernando Cepeda.

En el primer toro de Castella, salió el de la Puebla del Prior en su turno de quites al toro del francés, se echó el capote a la espalda, dándole el pecho, despacio, citó al toro, que nadie había dicho que fuera fácil, y quiso dejar claras sus intenciones para el resto de la tarde y lo que le quedaba de vida en unos lances apretados.

Al rematar, el toro, que ya había avisado, se le venció y le enganchó de mala manera por la pantorilla. La sangre brotó con fuerza, lo llevaron a las tablas, se zafó y escapó a los medios para rematar con una revolera. Luego al hule. Perdió esa tarde y la siguiente de Madrid. Venía de que no pasara nada en dos tarde maestrantes. "...Mala suerte, Y en el quite de un compañero, y con dos toros en chiqueros y otra tarde en los carteles. ¡Hay que ser lila!" me dijo alguien aquellos días.

Al toro que cerraba plaza, el que hubiera sido segundo de Perera, le cortó dos orejas Castella en una faena histórica.

Cualquiera diría que el apoderado debutante se vendría abajo. Perdía las balas que tenía en su esportón, el torero herido, sin el apoyo de los que mandan en el negocio, con uno de los jóvenes rivales lanzado gracias a un toro que debía haber lidiado Perera…

Un drama para cualquiera, no para Cepeda. Cuando le preguntaron, más allá de la lógica preocupación por el estado de salud de su torero, era el de Gines un hombre feliz "Ha estado cumbre, este es el camino del que quiera ser figura del toreo"

Ese era el camino, ese día dejó marcadas sus intenciones, su concepto y lo que estaba dispuesto a ofrecer para conseguirlo.

Tras tomar el timón de su propia suerte, vino beber el cáliz sin aspavientos, cumplir las duras etapas, huir de las veredas. Después vinieron los momentos de soledad, los cinco toros heroicos de la feria de Otoño, el "no" a Sevilla si no era con Resurrección, el G-10 hasta el último cáliz, la evolución dentro del mismo concepto de un toreo cada vez más exigente consigo mismo. Todo esto sin suerte en los sorteos, sin amigos en los despachos, sin hacer ruido, viviendo en terrenos en que los toros pegan, sin apenas moverse, sin dudar ni la milésima de segundo que hasta los dioses tienen para dudar, sin venderse a los mercaderes del templo. En una línea recta de muy duras aristas y pedregosos abismos laterales.

El camino hacia la cima de Perera no ha sido jamás endulzado con golpes de fortuna, más al contrario.

Septiembre de 2013. MMiguel Ángel Perera se consagra en La Maestranza como figurón de esto, por si a alguno le quedaban dudas.

Si antes resumíamos las intenciones vitales de Perera en un quite, aquella tarde de Septiembre fue una serie con la muleta la que puede resumir una trayectoria profesional. Fue a su primer toro, tercero de la tarde, se había mostrado incierto, lo había dejado sin picar, le había aguantado miradas y coladas, más de un varetazo en las rodillas y algún pisotón.

De repente y en el tercio, el torero le plantó la muleta al cinqueño, y fue engarzando muletazos por ambos pitones. El toro dudaba entre el muslo y la gloria, el torero mandaba con verdad. El burel dudaba entre el hombre y la tela, el torero se imponía en la decisión. El toro dudaba entre lo bravo y lo noble, Perera soportaba las acometidas. El morlaco miraba, probaba, se venía a la taleguilla y entonces aparecía la pesada muleta de quien no se va a mover. El torero no dudó nunca, aguantó tarascadas, miradas, arreones... con la naturalidad de quien se sabe triunfador ante si mismo.

Hay quien dice que fueron veinte, hay quien dejó de contar a los catorce, hay quien habla de ayudados, de naturales, de cambiados, de pases del desprecio.... No se fíen, la plaza enloqueció y así no hay quien afore, quien mida, ni quien defina. Sólo es posible en semejante trance la emoción del toreo puro, la emoción que da el riesgo amparado de arte. Esa eterna serie no fue lo único, la actitud y las maneras del torero en los dos toros fue la misma de siempre. Como la fortuna no siempre se alía con los mejores, la espada impidió el sueño de la Puerta del Príncipe.

Luego vino el invierno los manifiestos, quedarse fuera de Sevilla y ¿Otra vez el desierto? Pues no, señores de la guadaña, el de Badajoz se viene arriba, el oasis de Perera tiene torería para dos escalafones, y tras dejarlo en claro cada tarde desde Castellón. Llega Madrid 2014 en un San Isidro de muchos esperando el fallo. El espigado torero corta cinco orejas en dos tardes, dos a un toro de Adolfo Martín y firma con la espada dos manifiestos toreros explicando quien es Perera. Uno que es dueño de su destino y está aquí para mandar a base de toreo puro, de muleta en los belfos y los pies asentados.

Y ahora, Almería un lugar especial, lejos del tópico o del abrazafarolismo militante.

Y vuelve a esta plaza, con Castella. Sí, claro que Almería lo espera. En esta tierra siempre se ha valorado a los hombres que son dueños de su suerte y saben manejar el timón de su propio barco.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios