Nadie debería perder la memoria. Al menos nadie debería perderla contra su voluntad. Para los de menos de treinta, José Luis Brown posiblemente es un nombre que no les diga nada. El Tata le llaman, le llamamos, aunque a medida que avanza la enfermedad, a él tampoco ni su nombre ni el apodo con el que fue conocido en el mundo entero, le digan demasiado. Desde hace algunos años, el central campeón del mundo en el 86, el que hacía dupla con el Cabezón Ruggeri, fue diagnosticado de Alzheimer, una demencia senil de esas que empiezan a dar la cara cuando el blanco ocupa el espacio de tus recuerdos dejando de lado el conocimiento que tú tienes de tí y del entorno que te rodea. Ironías del destino, el Tata, hoy en día es posible que ni siquiera recuerde el único gol de su carrera vistiendo los colores de la selección nacional argentina. Fue justo en el partido final contra Alemania Federal. Cuando Argentina era Maradona y diez más, en la final del mundo, el Tata Brown en un saque de falta de esas que se ensayan en la pizarra, buscó la cabeza Ruggeri, Valdano o Brown. Fue este último el que se apoyó en Maradona para tomar impulso, el que observó como Schumacher se quedaba a medio camino, el que metía el frentazo del 1 a 0, en un partido en el que la albiceleste ganaría por 3 a 2. Era el minuto 22 y todavía me acuerdo como el Tata volaba más alto que la aviación germana sobre el reloj de sombra del estadio Azteca y daba la ventaja al equipo de Bilardo, el DT que hoy también atraviesa un delicado estado de salud. Cosas de la vida que Brown, el jugador que aquí en España defendiera los colores del Real Murcia, pierda de su archivo personal todo indicio de aquel gol, insisto, el único con la albiceleste, que significó el primero de tres goles al conjunto que entonces capitaneaba un tal Karl-Heinz Rummenigge. El Tata ha comenzado a irse de a poco, malamente, pero con un cabezazo de gol que ha significado el último gran logro del fútbol argentino.