Mientras el mundo gira

Andrés Caparrós

Abrigarse en tablas

Puede que yo esté equivocado y que Casado no sea tan formidable orador, tan razonable, tan claro, tan fácil de entender y de creer

V IENDO ayer la sesión de control al Gobierno en el Congreso sentí irritación y desconcierto. Irritación, por la hechura de frontón que tienen el Presidente, la Vicepresidenta Primera y el Vicepresidente Primero - no hay otro vicepresidente, según mis cuentas - Devuelven siempre la pelota con actitudes arrogantes, apelando al bien mayor del progreso y la visión de estado de la que carecen sus adversarios, con gesto de senequismo severo doña Carmen, de altanería de mega estrella don Pedro, y de prepotencia meliflua don Pablo - ayer, hecha moño la coleta - Y los tres, rematan la faena maltratando el micrófono con un manotazo que quisiera ser patada en las partes pudendas de los "importunantes interpelantes". Total, que los toros ministros - dicho sea con respeto a unos y otros - no dan juego suficiente para la lidia y así, abrigándose en tablas, es muy difícil que sus antagonistas puedan salir por la puerta grande. Da la impresión de que quien controla no es la oposición al Gobierno sino el Gobierno a la oposición. Reconozco que tengo problemas de ubicación. Porque como me suena tanto a camelo lo que dicen este Presidente y estos ministros - Nadia Calviño, la brillante excepción - no entiendo cómo sus portavoces mediáticos, al unísono, venden su espíritu o su alma crítica, ellos sabrán por cuánto y porqué.

Pero, puede que yo esté equivocado y que Pablo Casado no sea tan formidable orador, tan razonable, tan claro, tan fácil de entender y de creer.

Irritación y desconcierto. Nos estamos muriendo "como del rayo", igual que Ramón Sijé, con quien tanto quería su amigo Miguel Hernández. Ayer mismo se fue así mi entrañable Charo Miras; y su compañero de tanta vida, nuestro Gabriel Luis, no va a saber qué hacer sin la presencia ni la sombra de ella. En un hecho: los telediarios han vuelto a ser desoladores mostrando las imágenes de ancianos que se mueren en la soledad absoluta de las residencias donde nadie los cuida. Y Pablo Iglesias, responsable de ese negociado, echa balones fuera con la rapidez y facilidad que caracteriza a los mejores porteros del mundo, mientras pide que por vía de apremio se vaya la monarquía y venga la república. Como si tal cosa fuera lo que nos quita el sueño aquí y ahora. Esa es su desconcertante prioridad toda vez que la borrasca judicial que amenaza a su Partido está siendo suave y discretamente alejada por la brisa procedente de la Fiscalía General del Estado. Mientras el mundo gira.

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