Mientras el mundo gira

Andrés Caparrós

El Aljibe

Sé que llevo tiempo prodigándome entre transmisiones y reflexiones; es que estoy escribiendo el diario de este año fatídico

T ODOS llevamos en nuestro interior un aljibe. El embalse de adentro donde sin ser conscientes de ello, nos esperamos siempre, donde atesoramos nuestra fuerza íntima, donde celebramos la certeza de ser protagonistas y testigos de nuestra vida. Hablo de los recuerdos, de la memoria afectiva. Agua de esperanza pura que la lluvia renueva y queda ahí para cuando tenga sed la memoria.

Sé que llevo tiempo prodigándome demasiado entre transmisiones y reflexiones; es que estoy escribiendo el diario de este año fatídico, en el que algunos mayores queremos hablar ahora no sea que, de pronto, perdamos la vez, y la voz.

Ayer viernes rebosó mi aljibe: Recogí del taller la bicicleta. Durante un trayecto de quinientos metros fui el rey de la calle Real de Villanueva de la Cañada. Me sentí como un joven deportista, capaz de ganar la próxima edición de la vuelta a España. Pero la ilusión duró poco. Dos minutos. Al llegar a "la meta", el restaurante donde me esperaban mi mujer y mis hijas, hice de forma magistral la operación frenado y, sin embargo, me caí al intentar bajar de la bicicleta. Error de cálculo. Hubiera necesitado un palmo más de pierna zocata o que Rubén, el mecánico, bajara el sillín un palmo menos. Con el pundonor y el coraje que caracteriza a los atletas de élite me incorporé lo más rápidamente que pude - no pude mucho - mientras Rosa, que se asustó al verme en peligro, empezó a reírse al ver mi cara de susto y el revuelo que se armó entre los clientes que llenaban la terraza. Su risa contagiosa fue curativa; en un instante me olvidé de las magulladuras en el brazo izquierdo y en la rodilla correspondiente. Poco después, Alejandra dio prueba una vez más de su asombrosa perspicacia e inteligencia:

"Papá, eso te ha pasado por bajarte por la izquierda. Por la derecha te hubiera ido mucho mejor" Un comentario que a Rosa no le gustó mucho, porque aprecia a Pablo Iglesias. Regocijo grande repitiendo, matizando y variando, en alarde de asombrosa creatividad narrativa, la secuencia inolvidable de mi aterrizaje a pie de acera. Agua fresca de esperanza y alegría, el rato que pasamos entre risas. Y planificando un viaje de fin de año con ellas y sus hijos, nueve en una caravana, y las carreteras de España y Portugal por delante.

Las dos y media de la madrugada. Voy a dormir. Está colmado mi aljibe. Va a ser un sueño de niño. De niño feliz.

Mientras el mundo gira.

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