Cierre

En el mundo de Internet y de las ventas por Amazon, los comercios tradicionales tienen los días contados

El otro día pasé por una tienda de juguetes y libros infantiles que me gustaba mucho. He escrito "gustaba" porque las dos mujeres que trabajaban en la tienda estaban echando el cierre justo el día en que pasé. Esa tienda abrió hace dos años en un tramo de avenida bastante desangelado. La tienda imprimió un agradable toque de color a un tramo en el que sólo abundaban los locales sin ocupar: tenía bonitas estanterías de madera, un escaparate muy bien montado y una gran colección de libros infantiles. Pero se ve que el negocio no ha funcionado.

Lo supe en cuanto vi a las dos mujeres que llevaban la tienda cargando cajas y vaciando las estanterías. Supongo que habían invertido en aquella tienda, aparte de su dedicación, una buena parte de sus ahorros y quizá hasta otra buena parte de su patrimonio. Y luego habían trabajado sin descanso, sábados incluidos, sometiéndose a los horarios infernales de los comercios. Habían limpiado el escaparate a conciencia, habían fregado la acera, habían cargado con cajas y con embalajes y habían organizado fiestas y presentaciones. ¿Y para qué? Dos años después tenían que cerrar el negocio, vaciar las estanterías y volverse a su casa, con la triste perspectiva de pagar unas deudas que nadie sabía cómo podrían ir pagando.

Tampoco es tan grave, pensarán algunos. Vale, de acuerdo, no es tan grave: no es una tragedia irremediable. Las ciudades, además, son organismos vivos que van cambiando de aspecto cada cinco o diez años, y donde antes había librerías y jugueterías y ferreterías, ahora hay gastrobares o locales ominosamente cerrados. Es ley de vida. Y además, es ridículo intentar alterar el orden de las cosas. En el mundo de internet y de las ventas por Amazon, las tiendas tradicionales tienen los días contados. Pero a mí me gusta pensar en esas dos mujeres que invirtieron tantas energías en un proyecto que se fue a pique. Yo las vi montar el escaparate, limpiar el polvo de las estanterías, abrir la persiana metálica, atender a los clientes, charlar con los niños. Gracias a esa tienda, un tramo de calle sórdido y desabrido cobró una vida que no tenía. Sí, ya sé que nuestra época no concede épica ni heroísmo alguno al simple hecho de sacar un negocio adelante. Muy bien, de acuerdo. Justamente por eso quiero rendir aquí mi homenaje a esas dos mujeres y su tienda de juguetes y libros infantiles.

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